Sables y espadas:
“Antiguamente
solían confundirse las palabras sable y espada, tal como ocurre hoy con la palabra
inglesa «Sword» (espada) empleada indistintamente para la espada y el sable, no
obstante de existir en ese idioma la palabra «Sabre» (sable).
Hasta fines
de siglo en nuestro país, al adquirirse sables para oficiales, se los designaba
espadas y hoy, en marina, al referirse al arma de honor en uso, se la llama
“espada”, aún cuando se trata de un sable”.
Criollos en la forja de sables |
Analizando
los antecedentes del ingreso de sables al Virreinato y consecuentemente a lasProvincias
Unidas del Río de La Plata, el Coronel (R) Lionel O. Dufour afirma:“…los
primeros fueron los 27 cajones que trajo la fragata «Seaton». No se aclaró el
número de armas ni el modelo, pero puede afirmarse con absoluta seguridad, que
eran sables para caballería modelo 1796, ya que, a poco, comenzó a hablarse de
los sables de latón que resultaría, no obstante la variedad de modelos y origen
de los que ingresaron después, el más usado por nuestra caballería, desde las
Guerras de la Independencia hasta el final de la Conquista del Desierto, en
1884”.
Se aclara
después, que con estos sables se habría armado al Escuadrón de “…Húsares y a
los Blandengues de la Frontera, únicas unidades permanentes de caballería
existentes después de las reformas del 11 de septiembre de 1809”.
Sable Ingles Mod.1796 |
Finalmente
el sable “…inglés para caballería, Modelo 1796 (1), también llamado de estribo
(por la forma del aro de su guardamano) y de latón (por su vaina y guarnición),
fue el precursor del sable «Blücher» Modelo prusiano 1811, y de los más
producidos por la Fábrica de armas Blancas de Colonia Caroya (Córdoba - Argentina)
El sable
de los granaderos:
“El
armamento de los Granaderos a Caballo consistía en sables de treinta y seis
pulgadas, lanzas que se construyeron en el Parque del Estado, de conformidad a
las indicaciones del teniente coronel San Martín, carabinas o tercerolas y
pistolas, seguramente estas últimas por el estilo de las que usaba la
caballería napoleónica”.
Sable de caballeria con vaina de laton |
El
Regimiento de Granaderos contó con variados sables de latón, los cuales fueron obtenidos
de una existencia hallada en el Cabildo de Buenos Aires.
A poco de
creado el Regimiento, cuando se estaba configurando la amenaza de la fuerza
naval realista sobre el Paraná (y la unidad contaba con los Escuadrones 1ro y
2do), la escasez era tal, que el Teniente Manuel Hidalgo que marchó el 20 de
enero de 1813 a Santa Fé con 38 granaderos, lo hicieron armados de machetes “impropio
de toda clase de soldado”.
Recién
después y por la intersección del Mayor Hilarión de La Quintana se consiguieron
en Concepción del Uruguay “28 sables de latón de varios paisanos a quienes he
suplicado me los donen” (18 de agosto de 1813).
que el sable era el del tipo “… corvo
de los usados primitivamente por los “Auxiliares de Chile”, de los que San
Martín adquirió algunos a 6 pesos cada uno (afilados por el amolador Juan
Busquiazo a 2 reales cada uno); con dragona de cordón de hilo trenzado azul y
blanco.
Sable 36 pulgadas diseñado por San Martin |
Los
granaderos del 3er y 4to Escuadrón que marcharon a la campaña de la Banda
Oriental a órdenes del 2do Jefe, Teniente coronel Matías Zapiola consiguieron
que se les provean “sables de Caballería con vaina de metal y otros simples
sables de vaina de acero y briques”.
Sable Frances Briquet, protagonista en las guerras napoleonicas, también fue manufacturado en nuestro país. |
En la otra
campaña simultánea, esto es, cuando marcharon los Escuadrones 1ro y 2do a
Tucumán el Coronel Mayor San Martín logró proveer con sables a toda la tropa,
adquiriéndolos de las milicias y proveyendo a éstas con las lanzas que llevaron
los granaderos a caballo desde Buenos Aires.
“A los
oficiales se les entregaron 29 espadas toledanas de Caballería, que existían en
la armería a cargo de D. Domingo Matheu en julio 2 de 1813”
“El arma de
los oficiales era la espada-sable larga de noventa centímetros, la de la tropa
el sable, la carabina, tercerola, la pistola y la lanza”
El Teniente
Coronel Anschütz rescató que en un “estado” (de la situación de armas de los granaderos
a caballo) en Santa Fé, con fecha 26 de noviembre de 1813, figurarían 51
granaderos del Capitán Mariano Necochea todos armados con sables, “…además de
21 lanzas y 12 tercerolas,...”La instrucción militar de sable la impartió el
mismo Teniente Coronel San Martín “explicando con paciencia y con claridad, los
movimientos, sus actitudes, su teoría y sus efectos”. Otro dato importante que
aporta el Teniente Coronel es el desarrollo de una fábrica de armas en Tucumán,
construcción ordenada por el General Manuel Belgrano. Esta como tal se dedicaba
más a la reparación que a la fabricación en sí. Su jefe fue un Maestro Mayor de
Armeros, Manuel Rivera.
Rivera
habría pertenecido al Real Cuerpo de Artillería (o sea, que inició su oficio
trabajando para el ejército realista) y también vio de fabricar espadas. En una
nota que se menciona con fecha 25 de noviembre de 1813, este artesano fabricó
ocho espadas a las que puso en consideración del Triunvirato. De estas ocho,
cuatro eran de las del tipo requerido para infantería y cuatro para caballería.
Hacia el 27 de diciembre, se le ordenó a Rivera que se traslade a Córdoba
conviniendo con él este asentamiento. Es interesante como esta acción
estratégica, ya a tres años de la revolución fue coordinada eficazmente por el
gobierno. A su vez se le proponía “que las hojas debían tener dos dedos más de
largo, y encareciéndole un escrupuloso cuidado en perfeccionar su temple. Manuel
Rivera trasladó la fábrica a Caroya, lugar que se encuentra a unos 50 km al
Norte de Córdoba y un kilómetro al Sur de de Jesús María, utilizando los
locales del Convento Jesuítico allí existente”.
Modelos de sables manofacturados en Caroya |
Aunque hoy
en día parezca extraño, los realistas menospreciaban la calidad de los sables patriotas,
quizás para evitar contagiar el rumor y el temor de los terribles cortes que
producían los soldados de caballería. Así difundieron por ejemplo, que la
calidad de estas armas era muy pobre.
San Martín
que siempre se mantuvo al tanto de la opinión de los mandos reales ordenó especialmente
el uso del sable en los minutos previos a la carga de San Lorenzo (3 de febrero
de 1813). Esto produjo un sustancial incremento de la moral de los granaderos a
caballo, cuando al término del bautismo de fuego, tomaron conciencia del tipo de
arma que San Martín les había enseñado a blandir con tanta destreza. Los
milicianos urbanos de Montevideo debieron pensar lo mismo…
Al término
de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817) hubo un número de sables
rotos, más producto de la agresividad de los granaderos a caballo en los toques
del trompa: ¡A degüello!, que por la calidad de los mismos. Sobre todo porque
los realistas de Santiago de Chile difundieron la misma impresión sobre la pobre
calidad (habían afirmado que eran de lata) de los sables patriotas. Una vez más
se lesdemostró que estaban equivocados. Los Granaderos a Caballo del 3er
Escuadrón y los que integraban la Escolta del Comandante, dejaron las terribles
huellas de la muerte en los lugares donde se sabía que habían cargado.
Lanzas,
sables y espadas pasaron a fabricarse en Caroya (7) para todas las unidades
patriotas que marcharon a combatir contra las fuerzas reales. Respecto de los
sables, afirma Anschütz que “eran iguales en temple y poder cortante a las
mejores hojas toledanas y según palabras del general San Martín, eran capaces
de dividir la cabeza enemiga como si fuera un melón”.
Allí dio
inicio una de nuestras primeras fábricas militares, que permitieron armar a los
soldados independentistas en amplia desventaja con sus pares realistas durante
los primeros años de la revolución. Lo cierto es que exceptuando los exiguos
depósitos de armas hallados por los independentistas en Buenos Aires y en
puntuales lugares del interior; al estallar la revolución, la escasez fue
total. Las arcas del tesoro o la recaudación no eran suficientes para encarar
la compra de armas. Los Granaderos a Caballo recientemente creados por el
Teniente Coronel San Martín no escaparon a esta cruda realidad.
Cuando
inició la producción la Fábrica de Armas Blancas en Caroya , Córdoba, los
granaderos lograron uniformar sus sables. Antes del cruce de Los Andes los
mismos fueron afilados “a malijón” en Mendoza, por el maestro mayor de barberos
Don José Antonio Sosa.
Las lanzas
de los granaderos:
“…la lanza,
de tres varas de largo, unos dos metros y medio aproximadamente era usada, particularmente,
por aquellas fuerzas de frontera donde el contacto con el indio señalaba sus ventajas”.
“…la falta absoluta de sables y espadas para la caballería, hace indispensable
el reemplazar la con lanzas”. Con esta frase del Coronel San Martín que data de
una nota elevada el 19 de junio de 1813 (10), nos da una clara idea de que el
jefe de los granaderos prefería el sable a la lanza.
Lanza de 3 varas de largo |
El Coronel
(R) Héctor Piccinalli en su libro “Vida de San Martin en Buenos Aires” expresa que:
“San Martín impulsó el uso de la lanza en la caballería como se desprende de la
carta que le envió al General Belgrano el 27 de septiembre de 1813, pero desde
mucho antes de ésta, ya que el 26 de octubre de 1812 se ordenó al Comandante de
Artillería de la plaza de Buenos Aires la construcción de 600 astas de petiribí
para lanzas y el 7 de noviembre de 1812 el Triunvirato se dirigió al Jefe del
Estado Mayor para que se entregaran 12 lanzas en astadas a los Granaderos a Caballo”.
“La lanza
que San Martín mandó construir en el Parque del Estado, cuyo activo y
capacitado jefe era el coronel D. Francisco Javier Pizarro; era la lanza corta,
su asta de madera dura, moharra y regatón de aceros, con llamas en un
principio, amarillas y blancas por mitad ”.
Según expone
el Teniente Coronel Anschütz en otra nota del 28 de agosto de 1813, como Jefe de
las fuerzas de la Capital, San Martín vuelve sobre la confección de lanzas para
sus Granaderos a Caballo;esta vez seleccionó un tipo de elaboración más fácil, a
mitad del costo y mayor rapidez en su hechura.
Moharra |
“Pero no hay
duda ninguna que en los primeros tiempos de su creación y organización, los Granaderos
estaban armados; la primera fila con lanza en todos los escuadrones , que además
llevaban pistolas y en la segunda, llevado carabinas y sables”.
El manejo de
la lanza fue enseñado personalmente por el Teniente Coronel San Martín, incluso
fue perfeccionando su técnica de empleo en defensa como en ataque. Se
transcribe ahora de las memorias del General Espejo un interesante párrafo
dedicado a la instrucción de lanza:
“Empero por
terminar la referencia sobre la enseña de los Granaderos solo me falta agregar
que, de los primeros rudimentos del recluta se pasaba a los giros y las marchas
de frente y flanco. Después del manejo de tercerolas, de la lanza y el sable (ataque
y defensa que San Martín enseñaba en persona) explicando con paciencia y
claridad, los movimientos, sus actitudes, su teoría y sus efectos.” (“Paso de
Los Andes” – Pag 52).
Carga de granaderos |
Como es
sabido y lógico, los oficiales debían dominar todas las técnicas de manejo del armamento
y equipo de la unidad. Nuevamente el Teniente Coronel (R) Anschütz ilustra con preclaros
ejemplos, la preparación militar de los oficiales de granaderos.
“En la
Expedición q.e ha marchado de esta Capital hacia esas Prov.s al mando del Cor.l
Xefe de ella D. José de S. Martín van oficiales de mérito q.e enseñarán el
importante manejo de lanza con la perfección q.e se requiere, y reclama V.S. en
su Ofic. de 7 del preste. á que se contesta.” (Nota del Triunvirato en
respuesta a otra elevada el 7 de diciembre de 1813, por el Gobernador
Intendente de Salta, solicitando maestros para la enseñanza de la lanza a los
reclutas de caballería que habían de agregarse al Ejército del Interior).
“El teniente
coronel D. Juan Lavalle al frente de su Regimiento 4 de caballería, combatió
con lanza en el combate de Bacacay (13-II-1827) y como llevaba el sable
prendido al gancho –lo que facilitaba la rápida extracción del mismo en caso de
perder la lanza- recibió una bala en la cruz que forma la empuñadura con la
hoja, que le salvó de una segura quebradura de cadera”.(Domingo Arrieta,
“Recuerdo de un soldado”).
A partir de
la preparación de la campaña a Chile, la lanza dejó de usarse en forma
definitiva en los escuadrones de granaderos a caballo. Para volver a resaltar
en las tropas de caudillos que lucharon por la independencia, y siendo protagonistas
en la guerra de la triple alianza donde ya dejaban de ser lanzas para ser
chuzas…
El Fraile armero de San Martin
Fray Jose Luis Beltran |
El fraile
cuyano fue el elemento clave de numerosas gestas del libertador de América, con
sus extraordinarios conocimientos en la fabricación de municiones, uniformes y
herraduras.
Es
comúnmente aceptado que Fray José Luis Marcelo Beltrán nació el 7 de Setiembre
de 1784 en Mendoza. Sin embargo, el propio fraile declaró en su testamento,
dictado frente a sus padres y ante un notario mendocino, al ingresar a la orden
franciscana, durante el año 1800: "Yo, José Luis Beltrán, natural de la
ciudad de San Juan".
Su padre era
el francés Louis Bertrand y su madre, la sanjuanina Manuela Bustos. Al bautizar
al pequeño, tres días después de nacido, el cura lo inscribió como "hijo
de Luis Beltrán"; con lo que su apellido quedó así castellanizado, para la
posteridad.
A los
dieciséis años ingresó al convento de San Francisco de Mendoza. Allí estudió,
sin mucho entusiasmo por la carrera eclesiástica: teología, moral, derecho,
filosofía. Sin embargo, demostró especial inclinación hacia las ciencias, como:
la química, la matemática, la física y la mecánica; que lo apasionarían desde
entonces.
Bartolomé
Mitre lo califica así: "Todo caudal de ciencia lo había adquirido por sí
en sus lecturas, o por la observación y la práctica. Así se hizo matemático,
físico y químico por intuición; artillero, pirotécnico, carpintero, arquitecto,
herrero, dibujante, bordador y médico por la observación y la práctica;
entendido en todas las artes manuales y lo que no sabía lo aprendía con sólo
aplicar a ello sus extraordinarias facultades mentales".
Tiempo
después, fue trasladado a Santiago de Chile, donde fue maestro (vicario) del
coro del convento franciscano. En 1810 estalló la revolución chilena, que
depuso al gobierno colonial. Nuestro fraile simpatizó con el movimiento
independentista. Sin embargo, no fue sino hasta 1812, en que decidió apoyarlo
activamente, sirviendo como capellán en las tropas de José Miguel Carrera; y
asistiendo al combate de Hierbas Buenas, donde el jefe chileno fue derrotado.
Un día, el
inquieto fraile entró, por casualidad, a los talleres de maestranza del
ejército de Bernardo O' Higgins. Al observar la forma elemental y rudimentaria
en que trabajaban los operarios chilenos; se puso manos a la obra, y empezó a
darles consejos, órdenes e instrucciones, para optimizar la labor en el taller.
Los ingenieros del ejército, impresionados con la colaboración desinteresada
del fraile cuyano, se lo recomendaron a O' Higgins; quien lo designó, con el
rango de teniente, al frente de la maestranza trasandina, sin abandonar sus
hábitos. De inmediato, Fray Luis Beltrán puso todo su empeño y conocimientos
técnicos para recuperar los cañones dañados; con bastante éxito y reconocimiento.
Sirvió en el sitio de Chillán y la acción de Rancagua. En esta última batalla,
el 2 de Octubre de 1814, los realistas derrotaron a los patriotas chilenos,
terminando con la "Patria Vieja" trasandina. Ello generó una
emigración masiva de los independentistas hacia Mendoza, donde fueron recibidos
y socorridos por el Gral. José de San Martín. Entre los mil fugitivos retornaba
también, Fray Beltrán, a su tierra natal.
O'Higgins
recomendó al Libertador los conocimientos del fraile en organización, mecánica
y fundición. Entonces, San Martín el 1º de Marzo de 1815 lo puso al frente del
parque y la maestranza del Ejército de los Andes, con el grado de teniente
segundo del tercer batallón de artillería. De inmediato, el cura improvisó un
taller y una fragua en el campamento de El Plumerillo. Con un frenético ritmo y
en turnos rotativos, supervisaba y lideraba el trabajo de setecientos
artesanos, herreros y operarios. Resonaban en el campamento los gritos del
incansable fraile, dando instrucciones y órdenes a sus obreros, en medio de los
golpes de los martillos sobre el yunque. Tanto esforzó su garganta, que quedó
ronco, para el resto de sus días.
En su taller
se fabricaban uniformes, zapatos, botas, monturas, estribos, herraduras,
municiones, balas de cañón, espadas, fusiles, pistolas, puentes colgantes,
granadas, lanzas, elementos de seguridad, arneses, grúas, pontones, mochilas,
tiendas de campaña, cartuchos y todo tipo de pertrechos de guerra. El mismo
fraile concibió unos curiosos carros estrechos y livianos, de la extensión de
los cañones, con cuatro ruedas bajas, para ser tirados por mulas; se utilizaron
para transportar exitosamente la artillería por la cordillera. Los soldados los
llamaron "zorras", por su parecido con ese animal.
Retrato de Fray Beltran |
La fragua
del fraile artillero alcanzaría la celebridad fundiendo y fabricando cañones,
morteros, obuses y culebrinas. A tal fin, alcanzó a fundir campanas de las
iglesias, utensilios metálicos, rejas y herrajes, recolectados por todo Cuyo,
para fabricar las piezas de artillería. Su incansable labor le ganarían los
apodos de "Vulcano con sotana", el "Arquímedes de la
Patria" o el "Artesano del cruce". Cuando San Martín le consultó
si la artillería iba a estar en condiciones de cruzar los Andes, el cura
fundidor le aseguró: "si los cañones tienen que tener alas, las
tendrán"; y así fue. Por su incansable labor fue ascendido a capitán.
Gran parte
del mérito de la hazaña del cruce de la cordillera de Enero de 1817 se debió a
la logística ideada y concretada por Fray Luis Beltrán. Los cañones se
envolvían en paños de lana, y se retobaron con cueros, para protegerlos contra
los golpes y caídas. Con el ejército marchaban los ciento veinte primeros
zapadores del Ejército Argentino, todos a las órdenes del fraile. Su misión era
arreglar los pasos defectuosos. Llevaban un puente mecánico para cruzar los
pasos de agua, construido con maromas de doce vetas resistentes, de cuarenta
metros de largo, que se podía desplegar rápida y fácilmente para el cruce de
hombres, enseres y animales. También transportaban dos anclotes, para evitar
que las piezas pesadas y la artillería se despeñaran en las laderas muy
empinadas. Cuenta el después Gral. Jerónimo Espejo que "se llevaban para
suplir las funciones de cabrías o cabrestantes en los grandes precipicios,
adhiriéndose aparejos o cuadernales de toda clase o potencia, según los
casos". No fue preciso utilizarlos para salvar los cañones, pero sí la
carga de las mulas, que a veces se caía en los abismos no tan abruptos.
Recordaría Fray Luis Beltrán: "En las cortaderas un cañón rodó al abismo y
fue rescatado sin otros perjuicios que la ruptura del eje y que más de treinta
cargas fueron igualmente rescatadas".
"Si los
cañones tienen que tener alas, las tendrán", le dijo Beltrán a San Martín.
Repasados
los Andes, el fraile destacó en la batalla de Chacabuco. San Martín lo
reconoció en su parte: "A sus conocimientos y esfuerzos extraordinarios,
auxiliado del benemérito emigrado chileno D. N. Barrueta, se debe el transmonte
de la artillería con el mejor suceso por las escarpadas y fragosas cordilleras
de los Andes y nada se ha resistido al tesón infatigable de aquel honrado
oficial". Por su heroico desempeño en la acción las Provincias Unidas le
concedieron una medalla de plata. Luego sobrevino la derrota de Cancha Rayada,
donde se perdió casi todo el parque y la artillería, a manos de los realistas.
Luego de la
conmoción causada por el desastre, en una reunión de Estado Mayor, presidida
por el Padre de la Patria, se oyó la voz áspera y por instantes desagradable
del fraile capitán: "Perdimos una batalla, pero no la guerra. Tengo en mis
depósitos municiones y armas suficientes para que en pocos días podamos
transformar esta derrota en victoria". En su corazón sabía que no decía la
verdad. Todo había caído en manos del enemigo; pero el cura forjador se tenía
confianza. Sólo necesitaba que no decayera el ánimo de sus camaradas. San
Martín, aliviado, concluyó la reunión en estos términos: "Con municiones y
armas, vamos a hacer que la noche se les vuelva día". Fray Luis Beltrán
salió a las corridas de la junta, encontró a su amigo, el coronel chileno
Manuel Rodríguez y le pidió traer "todas las personas que puedan juntar.
Necesito mil. Todos servirán, hombres, mujeres, niños. Pero los necesito
ya". Este oficial mandó dos batallones a recorrer las calles de Santiago y
realizar una leva forzosa de toda persona que transitara, para trabajar en el
improvisado taller del franciscano.
Ese mismo
día, el fraile comenzó a reconstruir el diezmado parque del ejército. Las
mujeres cosían los cartuchos para la artillería; los niños confeccionaban los
cartuchos de fusil; los hombres fundían armas, vituallas, balas y municiones; y
realizaban las demás labores pesadas; siempre en turnos rotativos. La
maestranza de Fray Luis Beltrán no se detenía nunca. En poco más de dos
semanas, estuvieron listos veintidós cañones (incluía cinco reparados, salvados
de Cancha Rayada), decenas de miles de cartuchos, y armas de todo tipo
recompuestas. El 5 de Abril de 1818, gracias a su empuje, el Ejército aliado se
alzó victorioso en la Batalla de Maipú, sellando de este modo, la independencia
de Chile.
Con
posterioridad, el fraile participó en la Expedición Libertadora al Perú. En
1822 ascendió a sargento mayor; y en 1823, a teniente coronel graduado; siempre
al frente de la maestranza y el parque del ejército. Posteriormente, sirvió a
las órdenes de Simón Bolívar, en el Perú. Un día, éste, disconforme con el
desempeño del franciscano, lo maltrató injusta y públicamente, llegando hasta a
amenazarlo con el fusilamiento. Fray Luis cayó en tal depresión, que intentó
vanamente suicidarse, encerrándose en su cuarto, para intoxicarse con un
brasero encendido. Fue salvado providencialmente por los dueños de casa. Sin
embargo, el cura quedó desquiciado y se volvió paranoico. Vagó durante cinco
días, enloquecido, creyendo que Bolívar lo perseguía para matarlo. Los chicos
del pueblo de Huanchaco se burlaban de él y le gritaban "cura loco".
Una familia se apiadó de él, lo albergó y ayudó a restablecer. Consiguieron
embarcarlo para que en Junio de 1825 retornara a Buenos Aires.
Vuelto a sus
cabales, ofrece sus servicios al gobierno del Gral. Juan Gregorio de Las Heras,
veterano como él, del Ejército de los Andes. Conocedor de su habilidad, Las
Heras destacó al sufrido fraile al frente del Parque y la Maestranza del
Ejército de Observación republicano sobre el Río Uruguay, al mando del Gral.
Martín Rodríguez. Nuevamente el fraile puso toda su pasión, ciencia y esfuerzo
a favor de las armas patrias. Participaría, luego, en la campaña al Brasil, al
mando del Gral. Carlos de Alvear; destacando en la gloriosa gesta de Ituzaingó,
el 20 de Febrero de 1827; la que sería su última batalla. El fraile fue, sin
lugar a dudas, el alma mater del excelente desempeño de la artillería argentina
en esa acción. Sintiendo su salud resentida, pidió baja del ejército, para
retornar a Buenos Aires y reencontrarse con su vocación originaria.
Al volver,
dejó definitivamente su uniforme; se reencontró con la oración, en la orden
franciscana, llevando, el resto de sus días, una vida de penitencia. Falleció
el 8 de Diciembre de 1827, a los cuarenta y tres años de edad, vistiendo su
hábito característico. Designó a su amigo, el Gral. Manuel Corbalán como
albacea testamentario. Éste y otro camarada, el Gral. Tomás Guido, encabezaron
su cortejo fúnebre, que despidió sus restos en el cementerio de la Recoleta.
Lamentablemente,
su tumba no ha podido ser hallada en esa necrópolis hasta el día de hoy.
Fuentes:
Comision del
arma de caballería “San Jorge” – Historia de la caballería Argentina
Dra.
Patricia Pasquali, “San Martin., La fuerza de la misión y la
soledad de
la gloria”
Historia del
regimineto de granaderos a caballo
Piccinali,
Hector “Vida del Gral San Martin en Buenos Aires”
http://www.infobae.com/2015/09/12/1754128-la-increible-historia-del-fray-luis-beltran-el-cura-artillero-san-martin