miércoles, 7 de octubre de 2015

De sables, espadas y lanzas, y su adquisición , allá en los comienzos de la independencia, o de como logramos tener nuestros primeras armas de guerra

Sables y espadas:
“Antiguamente solían confundirse las palabras sable y espada, tal como ocurre hoy con la palabra inglesa «Sword» (espada) empleada indistintamente para la espada y el sable, no obstante de existir en ese idioma la palabra «Sabre» (sable).
Hasta fines de siglo en nuestro país, al adquirirse sables para oficiales, se los designaba espadas y hoy, en marina, al referirse al arma de honor en uso, se la llama “espada”, aún cuando se trata de un sable”.

Criollos en la forja de sables

Analizando los antecedentes del ingreso de sables al Virreinato y consecuentemente a lasProvincias Unidas del Río de La Plata, el Coronel (R) Lionel O. Dufour afirma:“…los primeros fueron los 27 cajones que trajo la fragata «Seaton». No se aclaró el número de armas ni el modelo, pero puede afirmarse con absoluta seguridad, que eran sables para caballería modelo 1796, ya que, a poco, comenzó a hablarse de los sables de latón que resultaría, no obstante la variedad de modelos y origen de los que ingresaron después, el más usado por nuestra caballería, desde las Guerras de la Independencia hasta el final de la Conquista del Desierto, en 1884”.
Se aclara después, que con estos sables se habría armado al Escuadrón de “…Húsares y a los Blandengues de la Frontera, únicas unidades permanentes de caballería existentes después de las reformas del 11 de septiembre de 1809”.
Sable Ingles Mod.1796

Finalmente el sable “…inglés para caballería, Modelo 1796 (1), también llamado de estribo (por la forma del aro de su guardamano) y de latón (por su vaina y guarnición), fue el precursor del sable «Blücher» Modelo prusiano 1811, y de los más producidos por la Fábrica de armas Blancas de Colonia Caroya (Córdoba - Argentina)

El sable de los granaderos:
“El armamento de los Granaderos a Caballo consistía en sables de treinta y seis pulgadas, lanzas que se construyeron en el Parque del Estado, de conformidad a las indicaciones del teniente coronel San Martín, carabinas o tercerolas y pistolas, seguramente estas últimas por el estilo de las que usaba la caballería napoleónica”.
Sable de caballeria con vaina de laton

El Regimiento de Granaderos contó con variados sables de latón, los cuales fueron obtenidos de una existencia hallada en el Cabildo de Buenos Aires.
A poco de creado el Regimiento, cuando se estaba configurando la amenaza de la fuerza naval realista sobre el Paraná (y la unidad contaba con los Escuadrones 1ro y 2do), la escasez era tal, que el Teniente Manuel Hidalgo que marchó el 20 de enero de 1813 a Santa Fé con 38 granaderos, lo hicieron armados de machetes “impropio de toda clase de soldado”.
Recién después y por la intersección del Mayor Hilarión de La Quintana se consiguieron en Concepción del Uruguay “28 sables de latón de varios paisanos a quienes he suplicado me los donen” (18 de agosto de 1813).
 que el sable era el del tipo “… corvo de los usados primitivamente por los “Auxiliares de Chile”, de los que San Martín adquirió algunos a 6 pesos cada uno (afilados por el amolador Juan Busquiazo a 2 reales cada uno); con dragona de cordón de hilo trenzado azul y blanco.
Sable 36 pulgadas diseñado por San Martin

Los granaderos del 3er y 4to Escuadrón que marcharon a la campaña de la Banda Oriental a órdenes del 2do Jefe, Teniente coronel Matías Zapiola consiguieron que se les provean “sables de Caballería con vaina de metal y otros simples sables de vaina de acero y briques”.
Sable Frances Briquet, protagonista en las guerras napoleonicas, también fue manufacturado en nuestro país.

En la otra campaña simultánea, esto es, cuando marcharon los Escuadrones 1ro y 2do a Tucumán el Coronel Mayor San Martín logró proveer con sables a toda la tropa, adquiriéndolos de las milicias y proveyendo a éstas con las lanzas que llevaron los granaderos a caballo desde Buenos Aires.
“A los oficiales se les entregaron 29 espadas toledanas de Caballería, que existían en la armería a cargo de D. Domingo Matheu en julio 2 de 1813”
“El arma de los oficiales era la espada-sable larga de noventa centímetros, la de la tropa el sable, la carabina, tercerola, la pistola y la lanza”
El Teniente Coronel Anschütz rescató que en un “estado” (de la situación de armas de los granaderos a caballo) en Santa Fé, con fecha 26 de noviembre de 1813, figurarían 51 granaderos del Capitán Mariano Necochea todos armados con sables, “…además de 21 lanzas y 12 tercerolas,...”La instrucción militar de sable la impartió el mismo Teniente Coronel San Martín “explicando con paciencia y con claridad, los movimientos, sus actitudes, su teoría y sus efectos”. Otro dato importante que aporta el Teniente Coronel es el desarrollo de una fábrica de armas en Tucumán, construcción ordenada por el General Manuel Belgrano. Esta como tal se dedicaba más a la reparación que a la fabricación en sí. Su jefe fue un Maestro Mayor de Armeros, Manuel Rivera.
Rivera habría pertenecido al Real Cuerpo de Artillería (o sea, que inició su oficio trabajando para el ejército realista) y también vio de fabricar espadas. En una nota que se menciona con fecha 25 de noviembre de 1813, este artesano fabricó ocho espadas a las que puso en consideración del Triunvirato. De estas ocho, cuatro eran de las del tipo requerido para infantería y cuatro para caballería. Hacia el 27 de diciembre, se le ordenó a Rivera que se traslade a Córdoba conviniendo con él este asentamiento. Es interesante como esta acción estratégica, ya a tres años de la revolución fue coordinada eficazmente por el gobierno. A su vez se le proponía “que las hojas debían tener dos dedos más de largo, y encareciéndole un escrupuloso cuidado en perfeccionar su temple. Manuel Rivera trasladó la fábrica a Caroya, lugar que se encuentra a unos 50 km al Norte de Córdoba y un kilómetro al Sur de de Jesús María, utilizando los locales del Convento Jesuítico allí existente”.

Modelos de sables manofacturados en Caroya

Aunque hoy en día parezca extraño, los realistas menospreciaban la calidad de los sables patriotas, quizás para evitar contagiar el rumor y el temor de los terribles cortes que producían los soldados de caballería. Así difundieron por ejemplo, que la calidad de estas armas era muy pobre.
San Martín que siempre se mantuvo al tanto de la opinión de los mandos reales ordenó especialmente el uso del sable en los minutos previos a la carga de San Lorenzo (3 de febrero de 1813). Esto produjo un sustancial incremento de la moral de los granaderos a caballo, cuando al término del bautismo de fuego, tomaron conciencia del tipo de arma que San Martín les había enseñado a blandir con tanta destreza. Los milicianos urbanos de Montevideo debieron pensar lo mismo…

Al término de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817) hubo un número de sables rotos, más producto de la agresividad de los granaderos a caballo en los toques del trompa: ¡A degüello!, que por la calidad de los mismos. Sobre todo porque los realistas de Santiago de Chile difundieron la misma impresión sobre la pobre calidad (habían afirmado que eran de lata) de los sables patriotas. Una vez más se lesdemostró que estaban equivocados. Los Granaderos a Caballo del 3er Escuadrón y los que integraban la Escolta del Comandante, dejaron las terribles huellas de la muerte en los lugares donde se sabía que habían cargado.
Lanzas, sables y espadas pasaron a fabricarse en Caroya (7) para todas las unidades patriotas que marcharon a combatir contra las fuerzas reales. Respecto de los sables, afirma Anschütz que “eran iguales en temple y poder cortante a las mejores hojas toledanas y según palabras del general San Martín, eran capaces de dividir la cabeza enemiga como si fuera un melón”.
Allí dio inicio una de nuestras primeras fábricas militares, que permitieron armar a los soldados independentistas en amplia desventaja con sus pares realistas durante los primeros años de la revolución. Lo cierto es que exceptuando los exiguos depósitos de armas hallados por los independentistas en Buenos Aires y en puntuales lugares del interior; al estallar la revolución, la escasez fue total. Las arcas del tesoro o la recaudación no eran suficientes para encarar la compra de armas. Los Granaderos a Caballo recientemente creados por el Teniente Coronel San Martín no escaparon a esta cruda realidad.
Cuando inició la producción la Fábrica de Armas Blancas en Caroya , Córdoba, los granaderos lograron uniformar sus sables. Antes del cruce de Los Andes los mismos fueron afilados “a malijón” en Mendoza, por el maestro mayor de barberos Don José Antonio Sosa.
Las lanzas de los granaderos:
“…la lanza, de tres varas de largo, unos dos metros y medio aproximadamente era usada, particularmente, por aquellas fuerzas de frontera donde el contacto con el indio señalaba sus ventajas”. “…la falta absoluta de sables y espadas para la caballería, hace indispensable el reemplazar la con lanzas”. Con esta frase del Coronel San Martín que data de una nota elevada el 19 de junio de 1813 (10), nos da una clara idea de que el jefe de los granaderos prefería el sable a la lanza.

Lanza de
3 varas
de largo
El Coronel (R) Héctor Piccinalli en su libro “Vida de San Martin en Buenos Aires” expresa que: “San Martín impulsó el uso de la lanza en la caballería como se desprende de la carta que le envió al General Belgrano el 27 de septiembre de 1813, pero desde mucho antes de ésta, ya que el 26 de octubre de 1812 se ordenó al Comandante de Artillería de la plaza de Buenos Aires la construcción de 600 astas de petiribí para lanzas y el 7 de noviembre de 1812 el Triunvirato se dirigió al Jefe del Estado Mayor para que se entregaran 12 lanzas en astadas a los Granaderos a Caballo”.
“La lanza que San Martín mandó construir en el Parque del Estado, cuyo activo y capacitado jefe era el coronel D. Francisco Javier Pizarro; era la lanza corta, su asta de madera dura, moharra y regatón de aceros, con llamas en un principio, amarillas y blancas por mitad ”.
Según expone el Teniente Coronel Anschütz en otra nota del 28 de agosto de 1813, como Jefe de las fuerzas de la Capital, San Martín vuelve sobre la confección de lanzas para sus Granaderos a Caballo;esta vez seleccionó un tipo de elaboración más fácil, a mitad del costo y mayor rapidez en su hechura.
Moharra
“Pero no hay duda ninguna que en los primeros tiempos de su creación y organización, los Granaderos estaban armados; la primera fila con lanza en todos los escuadrones , que además llevaban pistolas y en la segunda, llevado carabinas y sables”.
El manejo de la lanza fue enseñado personalmente por el Teniente Coronel San Martín, incluso fue perfeccionando su técnica de empleo en defensa como en ataque. Se transcribe ahora de las memorias del General Espejo un interesante párrafo dedicado a la instrucción de lanza:
“Empero por terminar la referencia sobre la enseña de los Granaderos solo me falta agregar que, de los primeros rudimentos del recluta se pasaba a los giros y las marchas de frente y flanco. Después del manejo de tercerolas, de la lanza y el sable (ataque y defensa que San Martín enseñaba en persona) explicando con paciencia y claridad, los movimientos, sus actitudes, su teoría y sus efectos.” (“Paso de Los Andes” – Pag 52).
Carga de granaderos

Como es sabido y lógico, los oficiales debían dominar todas las técnicas de manejo del armamento y equipo de la unidad. Nuevamente el Teniente Coronel (R) Anschütz ilustra con preclaros ejemplos, la preparación militar de los oficiales de granaderos.
“En la Expedición q.e ha marchado de esta Capital hacia esas Prov.s al mando del Cor.l Xefe de ella D. José de S. Martín van oficiales de mérito q.e enseñarán el importante manejo de lanza con la perfección q.e se requiere, y reclama V.S. en su Ofic. de 7 del preste. á que se contesta.” (Nota del Triunvirato en respuesta a otra elevada el 7 de diciembre de 1813, por el Gobernador Intendente de Salta, solicitando maestros para la enseñanza de la lanza a los reclutas de caballería que habían de agregarse al Ejército del Interior).
“El teniente coronel D. Juan Lavalle al frente de su Regimiento 4 de caballería, combatió con lanza en el combate de Bacacay (13-II-1827) y como llevaba el sable prendido al gancho –lo que facilitaba la rápida extracción del mismo en caso de perder la lanza- recibió una bala en la cruz que forma la empuñadura con la hoja, que le salvó de una segura quebradura de cadera”.(Domingo Arrieta, “Recuerdo de un soldado”).
A partir de la preparación de la campaña a Chile, la lanza dejó de usarse en forma definitiva en los escuadrones de granaderos a caballo. Para volver a resaltar en las tropas de caudillos que lucharon por la independencia, y siendo protagonistas en la guerra de la triple alianza donde ya dejaban de ser lanzas para ser chuzas…

El Fraile armero de San Martin

Fray Jose Luis Beltran

El fraile cuyano fue el elemento clave de numerosas gestas del libertador de América, con sus extraordinarios conocimientos en la fabricación de municiones, uniformes y herraduras.
Es comúnmente aceptado que Fray José Luis Marcelo Beltrán nació el 7 de Setiembre de 1784 en Mendoza. Sin embargo, el propio fraile declaró en su testamento, dictado frente a sus padres y ante un notario mendocino, al ingresar a la orden franciscana, durante el año 1800: "Yo, José Luis Beltrán, natural de la ciudad de San Juan".

Su padre era el francés Louis Bertrand y su madre, la sanjuanina Manuela Bustos. Al bautizar al pequeño, tres días después de nacido, el cura lo inscribió como "hijo de Luis Beltrán"; con lo que su apellido quedó así castellanizado, para la posteridad.

A los dieciséis años ingresó al convento de San Francisco de Mendoza. Allí estudió, sin mucho entusiasmo por la carrera eclesiástica: teología, moral, derecho, filosofía. Sin embargo, demostró especial inclinación hacia las ciencias, como: la química, la matemática, la física y la mecánica; que lo apasionarían desde entonces.

Bartolomé Mitre lo califica así: "Todo caudal de ciencia lo había adquirido por sí en sus lecturas, o por la observación y la práctica. Así se hizo matemático, físico y químico por intuición; artillero, pirotécnico, carpintero, arquitecto, herrero, dibujante, bordador y médico por la observación y la práctica; entendido en todas las artes manuales y lo que no sabía lo aprendía con sólo aplicar a ello sus extraordinarias facultades mentales".

Tiempo después, fue trasladado a Santiago de Chile, donde fue maestro (vicario) del coro del convento franciscano. En 1810 estalló la revolución chilena, que depuso al gobierno colonial. Nuestro fraile simpatizó con el movimiento independentista. Sin embargo, no fue sino hasta 1812, en que decidió apoyarlo activamente, sirviendo como capellán en las tropas de José Miguel Carrera; y asistiendo al combate de Hierbas Buenas, donde el jefe chileno fue derrotado.

Un día, el inquieto fraile entró, por casualidad, a los talleres de maestranza del ejército de Bernardo O' Higgins. Al observar la forma elemental y rudimentaria en que trabajaban los operarios chilenos; se puso manos a la obra, y empezó a darles consejos, órdenes e instrucciones, para optimizar la labor en el taller. Los ingenieros del ejército, impresionados con la colaboración desinteresada del fraile cuyano, se lo recomendaron a O' Higgins; quien lo designó, con el rango de teniente, al frente de la maestranza trasandina, sin abandonar sus hábitos. De inmediato, Fray Luis Beltrán puso todo su empeño y conocimientos técnicos para recuperar los cañones dañados; con bastante éxito y reconocimiento. Sirvió en el sitio de Chillán y la acción de Rancagua. En esta última batalla, el 2 de Octubre de 1814, los realistas derrotaron a los patriotas chilenos, terminando con la "Patria Vieja" trasandina. Ello generó una emigración masiva de los independentistas hacia Mendoza, donde fueron recibidos y socorridos por el Gral. José de San Martín. Entre los mil fugitivos retornaba también, Fray Beltrán, a su tierra natal.
 
San Martin y el Fray Luis Beltran.
O'Higgins recomendó al Libertador los conocimientos del fraile en organización, mecánica y fundición. Entonces, San Martín el 1º de Marzo de 1815 lo puso al frente del parque y la maestranza del Ejército de los Andes, con el grado de teniente segundo del tercer batallón de artillería. De inmediato, el cura improvisó un taller y una fragua en el campamento de El Plumerillo. Con un frenético ritmo y en turnos rotativos, supervisaba y lideraba el trabajo de setecientos artesanos, herreros y operarios. Resonaban en el campamento los gritos del incansable fraile, dando instrucciones y órdenes a sus obreros, en medio de los golpes de los martillos sobre el yunque. Tanto esforzó su garganta, que quedó ronco, para el resto de sus días.
En su taller se fabricaban uniformes, zapatos, botas, monturas, estribos, herraduras, municiones, balas de cañón, espadas, fusiles, pistolas, puentes colgantes, granadas, lanzas, elementos de seguridad, arneses, grúas, pontones, mochilas, tiendas de campaña, cartuchos y todo tipo de pertrechos de guerra. El mismo fraile concibió unos curiosos carros estrechos y livianos, de la extensión de los cañones, con cuatro ruedas bajas, para ser tirados por mulas; se utilizaron para transportar exitosamente la artillería por la cordillera. Los soldados los llamaron "zorras", por su parecido con ese animal.

Retrato de Fray Beltran
La fragua del fraile artillero alcanzaría la celebridad fundiendo y fabricando cañones, morteros, obuses y culebrinas. A tal fin, alcanzó a fundir campanas de las iglesias, utensilios metálicos, rejas y herrajes, recolectados por todo Cuyo, para fabricar las piezas de artillería. Su incansable labor le ganarían los apodos de "Vulcano con sotana", el "Arquímedes de la Patria" o el "Artesano del cruce". Cuando San Martín le consultó si la artillería iba a estar en condiciones de cruzar los Andes, el cura fundidor le aseguró: "si los cañones tienen que tener alas, las tendrán"; y así fue. Por su incansable labor fue ascendido a capitán.

Gran parte del mérito de la hazaña del cruce de la cordillera de Enero de 1817 se debió a la logística ideada y concretada por Fray Luis Beltrán. Los cañones se envolvían en paños de lana, y se retobaron con cueros, para protegerlos contra los golpes y caídas. Con el ejército marchaban los ciento veinte primeros zapadores del Ejército Argentino, todos a las órdenes del fraile. Su misión era arreglar los pasos defectuosos. Llevaban un puente mecánico para cruzar los pasos de agua, construido con maromas de doce vetas resistentes, de cuarenta metros de largo, que se podía desplegar rápida y fácilmente para el cruce de hombres, enseres y animales. También transportaban dos anclotes, para evitar que las piezas pesadas y la artillería se despeñaran en las laderas muy empinadas. Cuenta el después Gral. Jerónimo Espejo que "se llevaban para suplir las funciones de cabrías o cabrestantes en los grandes precipicios, adhiriéndose aparejos o cuadernales de toda clase o potencia, según los casos". No fue preciso utilizarlos para salvar los cañones, pero sí la carga de las mulas, que a veces se caía en los abismos no tan abruptos. Recordaría Fray Luis Beltrán: "En las cortaderas un cañón rodó al abismo y fue rescatado sin otros perjuicios que la ruptura del eje y que más de treinta cargas fueron igualmente rescatadas".

"Si los cañones tienen que tener alas, las tendrán", le dijo Beltrán a San Martín.

Repasados los Andes, el fraile destacó en la batalla de Chacabuco. San Martín lo reconoció en su parte: "A sus conocimientos y esfuerzos extraordinarios, auxiliado del benemérito emigrado chileno D. N. Barrueta, se debe el transmonte de la artillería con el mejor suceso por las escarpadas y fragosas cordilleras de los Andes y nada se ha resistido al tesón infatigable de aquel honrado oficial". Por su heroico desempeño en la acción las Provincias Unidas le concedieron una medalla de plata. Luego sobrevino la derrota de Cancha Rayada, donde se perdió casi todo el parque y la artillería, a manos de los realistas.

Luego de la conmoción causada por el desastre, en una reunión de Estado Mayor, presidida por el Padre de la Patria, se oyó la voz áspera y por instantes desagradable del fraile capitán: "Perdimos una batalla, pero no la guerra. Tengo en mis depósitos municiones y armas suficientes para que en pocos días podamos transformar esta derrota en victoria". En su corazón sabía que no decía la verdad. Todo había caído en manos del enemigo; pero el cura forjador se tenía confianza. Sólo necesitaba que no decayera el ánimo de sus camaradas. San Martín, aliviado, concluyó la reunión en estos términos: "Con municiones y armas, vamos a hacer que la noche se les vuelva día". Fray Luis Beltrán salió a las corridas de la junta, encontró a su amigo, el coronel chileno Manuel Rodríguez y le pidió traer "todas las personas que puedan juntar. Necesito mil. Todos servirán, hombres, mujeres, niños. Pero los necesito ya". Este oficial mandó dos batallones a recorrer las calles de Santiago y realizar una leva forzosa de toda persona que transitara, para trabajar en el improvisado taller del franciscano.

Ese mismo día, el fraile comenzó a reconstruir el diezmado parque del ejército. Las mujeres cosían los cartuchos para la artillería; los niños confeccionaban los cartuchos de fusil; los hombres fundían armas, vituallas, balas y municiones; y realizaban las demás labores pesadas; siempre en turnos rotativos. La maestranza de Fray Luis Beltrán no se detenía nunca. En poco más de dos semanas, estuvieron listos veintidós cañones (incluía cinco reparados, salvados de Cancha Rayada), decenas de miles de cartuchos, y armas de todo tipo recompuestas. El 5 de Abril de 1818, gracias a su empuje, el Ejército aliado se alzó victorioso en la Batalla de Maipú, sellando de este modo, la independencia de Chile.
 
Figurita Sort (1967) con el Fray Beltran
Con posterioridad, el fraile participó en la Expedición Libertadora al Perú. En 1822 ascendió a sargento mayor; y en 1823, a teniente coronel graduado; siempre al frente de la maestranza y el parque del ejército. Posteriormente, sirvió a las órdenes de Simón Bolívar, en el Perú. Un día, éste, disconforme con el desempeño del franciscano, lo maltrató injusta y públicamente, llegando hasta a amenazarlo con el fusilamiento. Fray Luis cayó en tal depresión, que intentó vanamente suicidarse, encerrándose en su cuarto, para intoxicarse con un brasero encendido. Fue salvado providencialmente por los dueños de casa. Sin embargo, el cura quedó desquiciado y se volvió paranoico. Vagó durante cinco días, enloquecido, creyendo que Bolívar lo perseguía para matarlo. Los chicos del pueblo de Huanchaco se burlaban de él y le gritaban "cura loco". Una familia se apiadó de él, lo albergó y ayudó a restablecer. Consiguieron embarcarlo para que en Junio de 1825 retornara a Buenos Aires.
Vuelto a sus cabales, ofrece sus servicios al gobierno del Gral. Juan Gregorio de Las Heras, veterano como él, del Ejército de los Andes. Conocedor de su habilidad, Las Heras destacó al sufrido fraile al frente del Parque y la Maestranza del Ejército de Observación republicano sobre el Río Uruguay, al mando del Gral. Martín Rodríguez. Nuevamente el fraile puso toda su pasión, ciencia y esfuerzo a favor de las armas patrias. Participaría, luego, en la campaña al Brasil, al mando del Gral. Carlos de Alvear; destacando en la gloriosa gesta de Ituzaingó, el 20 de Febrero de 1827; la que sería su última batalla. El fraile fue, sin lugar a dudas, el alma mater del excelente desempeño de la artillería argentina en esa acción. Sintiendo su salud resentida, pidió baja del ejército, para retornar a Buenos Aires y reencontrarse con su vocación originaria.

Al volver, dejó definitivamente su uniforme; se reencontró con la oración, en la orden franciscana, llevando, el resto de sus días, una vida de penitencia. Falleció el 8 de Diciembre de 1827, a los cuarenta y tres años de edad, vistiendo su hábito característico. Designó a su amigo, el Gral. Manuel Corbalán como albacea testamentario. Éste y otro camarada, el Gral. Tomás Guido, encabezaron su cortejo fúnebre, que despidió sus restos en el cementerio de la Recoleta.

Lamentablemente, su tumba no ha podido ser hallada en esa necrópolis hasta el día de hoy.

Fuentes:
Comision del arma de caballería “San Jorge” – Historia de la caballería Argentina
Dra. Patricia Pasquali, “San Martin., La fuerza de la misión y la
soledad de la gloria”
Historia del regimineto de granaderos a caballo
Piccinali, Hector “Vida del Gral San Martin en Buenos Aires”

http://www.infobae.com/2015/09/12/1754128-la-increible-historia-del-fray-luis-beltran-el-cura-artillero-san-martin