tiene
firmado un contrato
con la
muerte, en cada esquina
lo anda
acechando el mal rato.
Un balazo lo
tumbó
en Thames y
Triunvirato:
se mudó a un
barrio vecino;
el de la
Quinta del Ñato”.
Jorge Luis
Borges (el Titere)
Así es como
es recordado el famoso cuchillero “Manco” Ferreyra, cuyo apodo era “El Tigre”. En
donde su muerte es plasmada en este poema de Jorge Luis Borges.
Parece
que a fines de los años ´20, el guapo más temido en Villa Crespo era un tal
Ferreira. De contextura física robusta, traje, chambergo, pañuelo y facón, le hacía
de guardaespaldas a uno de los caudillos del barrio. Dicen que el hombre se
tomaba tan enserio su papel, que mientras recorría los comités y los bares
cercanos a San Bernardo, amedrentaba a quien se le cruzara en el camino. Poco a
poco su fama de matón fue creciendo y se rumoreaba que nadie podía con el.
En
ese entonces los “duelos criollos” a la
vera del Maldonado – y elegían este lugar por ser descampado – eran frecuentes,
los motivos casi no importaban - deudas de juego, viejos resentimientos, alguna
palabra mal interpretada, desacuerdos políticos o alguna mujer en disputa - lo
importante era afianzar el coraje varonil.
Demás
está decir que el duelo a muerte era penado con la cárcel o el destierro
social, en caso que la policía no llegara a tiempo para arrestar al vencedor,
por lo que los duelos eran a “primera sangre”
y en lo posible dejando
cicatrices en un lugar vistoso como ser el rostro, cosa que el derrotado no
olvidara nunca al vencedor.
A
Ferreira por su fama no muchos se le animaban, los que no eran sus sequitos
simplemente miraban para otro lado al verlo pasar no sea cosa que los retara a
duelo. Un buen día, el carnicero del barrio se cruzó en su camino y por algún
motivo que no queda claro Ferreira lo reto, al susodicho no le quedó más
remedio que aceptar. Así fue como se encaminaron a un descampado y seguidos por
sus acompañantes y público casual, sacaron sus cuchillos para disponerse a
pelear. El Guapo empuñaba su facón de plata y el humilde contrincante el
cuchillo que usaba diariamente en la carnicería para faenar reces, Ferreira
nunca evalúo la destreza en el manejo de
la herramienta de trabajo, que en un abrir y cerrar de ojos cerceno su mano por
completo de una sola cuchillada. Así fue como el hábil carnicero al ver volar
la mano derecha de Ferreira aferrada al puño del cuchillo, se dio media vuelta
y se perdió en la inmensidad de la noche bordeando el arroyo de regreso a la
carnicería. Y ahí quedo el malevo, abatido y en busca de su miembro en los
pastizales, pronto los absortos espectadores alumbrando con fósforos el
suelo, lo ayudarían a buscar por el puro
morbo de hallar tan escabroso trofeo.
Pero
la fama ya estaba echada y a pesar de que los vecinos cambiaran su apodo de
“guapo” a “manco” Ferreira seguía intimidando con la frente alta y su muñón en
el bolsillo. Claro está que su arma ya no era un facón, esto debido a que junto
con su derecha se fue la destreza para el manejo del mismo, por lo que el arma tuvo
que ser reemplazada por un revolver que guardaba del lado izquierdo del saco y
cada tanto sacaba por el solo hecho de asustar.
Un
buen día, se encontraba tomando una
ginebra en un almacén esquinera en Thames y Triunvirato, cuando ve entrar a un
parroquiano que no le gustaba que anduviese
por el barrio, así que con
determinación exhibió su revolver como era de costumbre y con vos firme le
ordeno que no volviera más por Villa Crespo, el hombre amenazado lejos de de
acatar la orden del manco, saco su revólver y sin mediar palabra, a manera de
respuesta disparo dos tiros y se marcho.
Dicen
los que saben que en ese preciso momento nació una leyenda, y que al afamado
guardaespaldas ya no le dirían ni
“guapo” ni “manco”, desde ese momento seria llamado “el difunto Ferreira”.