viernes, 15 de noviembre de 2019

El Guapo del Maldonado

“El hombre, según se sabe,
tiene firmado un contrato
con la muerte, en cada esquina
lo anda acechando el mal rato.
Un balazo lo tumbó
en Thames y Triunvirato:
se mudó a un barrio vecino;
el de la Quinta del Ñato”.
Jorge Luis Borges (el Titere)
Así es como es recordado el famoso cuchillero “Manco” Ferreyra, cuyo apodo era “El Tigre”. En donde su muerte es plasmada en este poema de Jorge Luis Borges.

Parece que a fines de los años ´20, el guapo más temido en Villa Crespo era un tal Ferreira. De contextura física robusta, traje, chambergo, pañuelo y facón, le hacía de guardaespaldas a uno de los caudillos del barrio. Dicen que el hombre se tomaba tan enserio su papel, que mientras recorría los comités y los bares cercanos a San Bernardo, amedrentaba a quien se le cruzara en el camino. Poco a poco su fama de matón fue creciendo y se rumoreaba que nadie podía con el.
En ese entonces los “duelos criollos”  a la vera del Maldonado – y elegían este lugar por ser descampado – eran frecuentes, los motivos casi no importaban - deudas de juego, viejos resentimientos, alguna palabra mal interpretada, desacuerdos políticos o alguna mujer en disputa - lo importante era afianzar el coraje varonil.
Demás está decir que el duelo a muerte era penado con la cárcel o el destierro social, en caso que la policía no llegara a tiempo para arrestar al vencedor, por lo que los duelos eran a “primera sangre”  y en lo posible  dejando cicatrices en un lugar vistoso como ser el rostro, cosa que el derrotado no olvidara nunca al vencedor.


A Ferreira por su fama no muchos se le animaban, los que no eran sus sequitos simplemente miraban para otro lado al verlo pasar no sea cosa que los retara a duelo. Un buen día, el carnicero del barrio se cruzó en su camino y por algún motivo que no queda claro Ferreira lo reto, al susodicho no le quedó más remedio que aceptar. Así fue como se encaminaron a un descampado y seguidos por sus acompañantes y público casual, sacaron sus cuchillos para disponerse a pelear. El Guapo empuñaba su facón de plata y el humilde contrincante el cuchillo que usaba diariamente en la carnicería para faenar reces, Ferreira nunca evalúo la destreza en el manejo  de la herramienta de trabajo, que en un abrir y cerrar de ojos cerceno su mano por completo de una sola cuchillada. Así fue como el hábil carnicero al ver volar la mano derecha de Ferreira aferrada al puño del cuchillo, se dio media vuelta y se perdió en la inmensidad de la noche bordeando el arroyo de regreso a la carnicería. Y ahí quedo el malevo, abatido y en busca de su miembro en los pastizales, pronto los absortos espectadores alumbrando con fósforos el suelo,  lo ayudarían a buscar por el puro morbo de hallar tan escabroso trofeo.
Pero la fama ya estaba echada y a pesar de que los vecinos cambiaran su apodo de “guapo” a “manco” Ferreira seguía intimidando con la frente alta y su muñón en el bolsillo. Claro está que su arma ya no era un facón, esto debido a que junto con su derecha se fue la destreza para el manejo del mismo, por lo que el arma tuvo que ser reemplazada por un revolver que guardaba del lado izquierdo del saco y cada tanto sacaba por el solo hecho de asustar.
Un buen día,  se encontraba tomando una ginebra en un almacén esquinera en Thames y Triunvirato, cuando ve entrar a un parroquiano que no le gustaba que anduviese  por el barrio,  así que con determinación exhibió su revolver como era de costumbre y con vos firme le ordeno que no volviera más por Villa Crespo, el hombre amenazado lejos de de acatar la orden del manco, saco su revólver y sin mediar palabra, a manera de respuesta disparo dos tiros y se marcho.
Dicen los que saben que en ese preciso momento nació una leyenda, y que al afamado guardaespaldas ya no le dirían  ni “guapo” ni “manco”, desde ese momento seria llamado “el difunto Ferreira”.