Cae la medianoche en el bodegón de Edgardo, en 17 y 71. Sobre las mesas las
propinas se mezclan con migas de pan, vasos con fondo de vino y platos con
restos de milanga. Edgardo camina esquivando sillas y tararea un tango que
suena tenue. En una de las dos mesas que quedan ocupadas charlan un pelado
encorvado y grandote como un ropero y un canoso que apenas se sostiene
despierto. El pelado, que parece tener tantos años como la ciudad, carraspea
y levanta la voz para que Edgardo también escuche:
-Che, ¿conocen el cuento de Gardel y el acuchillado?
Esa historia de cuando “el Morocho” vino al hipódromo con sus amigotes y se
cargaron a un tipo. El pelado abrió los ojos y Edgardo paró la oreja.
-¿La saben o no? –insistió el pelado
-Que Gardel cantó con Razzano en este mismo boliche
sí, eso lo sé, pero eso del hipódromo es chamuyo –lo provocó Edgardo.
-Qué chamuyo ni chamuyo. Pasó y pasó acá nomás, ahí
atrás de la estación. Mi viejo siempre la contaba –respondió el pelado. Y se
largó con la historia:
“Fue en 1915 o 16. Gardel vino al hipódromo con su
amigo Ruggierito y otros malandras. Parece que después de una carrera
tuvieron un entredicho con unos patoteritos de acá y la cosa siguió en los
bares del Meridiano V. Y ahí insulto va, insulto viene, parece que Gardel
manoteó un cuchillo de un mostrador y se lo enterró a uno en la panza. El
griterío avispó a los canas de la estación y en el despelote casi todos se
fueron corriendo, excepto dos, que los canas alcanzaron a manotearlos. Uno de
esos dos era Gardel y el otro un pibe de la otra banda. Al acuchillado lo
cargaron en un tren y lo llevaron a Mira Pampa. El Morocho fue a parar al
calabozo. Lo salvó Ruggierito, un pesado que tenía contactos con la política.
Así que ese mismo día lo sacaron de la sombra y además no dejaron ningún
papel ni nada que lo dejara pegado a Gardel”.
Esta anécdota que contó el parroquiano del bar de
Edgardo hace dos viernes puede parecer inverosímil si se desconocen las
historias, mitos y leyendas que circulan alrededor del Zorzal. Pero decenas
de libros y autores han polemizado –y lo siguen haciendo- sobre la veracidad
de los datos que vinculan a Gardel con el delito. ¿Estuvo preso en Florencia
Varela a los 14 años? ¿Fue recluso en el penal de Ushuaia? ¿Falsificó
documentos? ¿Era amigo de caudillos mafiosos? ¿Por qué le pegaron un tiro en
el pecho?
Preso en Varela
El 11 de septiembre de 1904 el adolescente Carlos Gardes (todavía conservaba
su apellido francés) fue detenido en Florencio Varela luego de que su madre
Berta hiciera una denuncia por abandono de hogar. Las pruebas están en la
Oficina Central de Identificación de La Plata, donde se registra una ficha
policial (Nº 1614) en la que se consigna que el detenido se llama “Carlos
Gardez”, tiene 14 años, nació en Tolosa (la ciudad francesa de Toulouse, en
castellano), de 1,60 de estatura, cabello castaño, frente mediana, ceja
arqueada y nariz recta. El comisario resolvió entregarlo a su madre.
Eran años en los que el futuro rey del tango frecuentaba bares poblados de
rufianes, por lo que algunos historiadores no descartan su participación en
fechorías menores. Según Julián y Osvaldo Barsky, autores de “Gardel, la
biografía”, “existen distintos elementos que prueban que Carlos Gardes tenía
abierto un prontuario en la Policía” donde se indican “sólo dos entradas por
averiguación de antecedentes”.
Entre los historiadores aún queda la duda acerca del verdadero contenido de
ese prontuario y las alteraciones que pueda haber sufrido cuando Gardel ya
era una estrella internacional.
Engayolado en el fin del mundo
La historia de Gardel preso en Ushuaia comenzó a rodar cuando Tabaré De
Paula, en julio de 1969, aseguró que a los 20 años el Morocho había estado
encerrado en una celda del “presidio del fin del mundo”. Para probarlo dio a
conocer una postal que habría sido firmada por el cantor a otro preso,
Eduardo Villanova, quien aseguraba haber compartido el viaje de su liberación
–a bordo del vapor Chaco- junto al Zorzal. La tarjeta llevaba ocho firmas,
entre las que estaba la de “C. Gardel”. El historiador también aseguró que
“Gardel terminaba de cumplir una condena fundad en la ley Nº 3335 que
castigaba la reincidencia con penas correccionales en el sur”.
Unos meses después, el calígrafo Mario Ítalo Argentino Gioia estudió la firma
y concluyó que no pertenecía a Carlos Gardel. Sin embargo, la leyenda siguió
su curso: algunos afirmaban que Gardel fue a parar a Ushuaia por actuar de
campana en un tiroteo entre patotas de la política; otros hablaban de un lío
de polleras. Lo cierto es que no existe documentación que pruebe la estadía
de Carlitos en el penal fueguino. Para esto también hay una leyenda: toda la
documentación se perdió en el sótano de la desaparecida Penitenciaría porteña
de las calles Coronel Díaz y Las Heras.
A pesar de las pruebas endebles, en la cárcel de Ushuaia, hoy transformada en
museo, se cuenta a los turistas que en el pabellón 4, celda derecha Nº
15, estuvo preso Carlos Gardel.
El “padrino” y el custodio
Entre las amistades que supo cosechar Gardel se cuenta la de Juan Ruggiero,
alias Ruggierito, un pistolero que ofició de matón del caudillo conservador
de Avellaneda Alberto Barceló. El dúo Gardel-Razzano cantaba durante los
actos de campaña de Barceló y frecuentaba los comités conservadores, donde paraban
rufianes, proxenetas y prostitutas y reinaba el juego clandestino.
Gardel y Ruggierito compartían la pasión por el tango y las carreras de
caballos. Se los veía juntos en los Hipódromos de Palermo y también de La
Plata. Además de ofrecerle protección, Barceló y Ruggierito le resolvieron a
Gardel sus problemas de documentación: le consiguieron una cédula de
identidad con su nombre artístico (Gardel en lugar de Gardes) donde figuraba
como nacido en Avellaneda.
Un balazo en el pecho
En la madrugada del 11 de diciembre de 1915 ocurrió uno de los episodios más
enigmáticos de la vida de Gardel. En la entrada del Palais de Glace de la
Capital Federal el Zorzal fue baleado. Existen tres hipótesis sobre lo que
sucedió esa noche: según el chofer de Gardel, Antonio Sumaje, el cantor y sus
amigos fueron provocados por una barra de compadritos, que luego de
discutir los siguieron y les dispararon. El único herido fue Gardel, que
recibió un tiro en el pecho disparado por Roberto Guevara. Otra versión indica
que se trató de una venganza porque el Morocho del Abasto le había birlado la
novia a un hampón. La historia del balazo tiene una tercera y disparatada
teoría: Gardel se habría tiroteado con Le Pera arriba del avión que
finalmente se estrelló en Medellín.
Lo cierto es que Gardel recibió un balazo en el pecho y el proyectil, que no
afectó a sus pulmones, convivió con él hasta el día de su trágica muerte.
Del Abasto a La Plata
La tradición oral asegura que Gardel cantó en La Plata por primera vez a
fines de 1915 en un escenario montado en el paseo del bosque. Al año
siguiente se presentó en el Coliseo Podestá y en el Teatro del Lago. Recién
en 1925, acompañado por Razzano, cantó otra vez en el Podestá y dos años
después lo hizo junto al guitarrista Barbieri en la sala del viejo Select. En
1933 su voz conquistó para siempre a los platenses cuando luego de una
función en el teatro Astros salió a la calle y cantó para una multitud desde
arriba del techo de un auto.
Flojo de papeles
Como han demostrado los historiadores más serios, el verdadero nombre de
Gardel era Charles Romuald Gardes. En los boletines de la escuela y en su
ficha de detención policial figura como Carlos Gardes. Hacia 1920 Gardel
necesitaba documentación para hacer una giras por Francia y España. El
inconveniente era que si llegaba a París con un documento que acreditaba su
nacionalidad francesa sería detenido por desertor, ya que le hubiera
correspondido defender a su país en la Primera Guerra Mundial. Por eso
recurrió al caudillo conservador Antonio Barceló que le consiguió una cédula
argentina. Previo a esto, Gardel se registró en la Argentina como ciudadano
uruguayo residente en Buenos Aires, lo que luego contribuyó a la teoría del
supuesto nacimiento del Zorzal en Tacuarembó (Uruguay).
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EXCELENTE ARTÍCULO!!!!!
ResponderEliminargracias por comentar!
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