María Remedios del Valle. “Una negra
esclava que, con mucho coraje, fue a pelear a las órdenes de Belgrano.
Sobrevivió y en 1827 fue nombrada como la Madre de la Patria. Pero en 1880
Argentina quiso tener una historia blanca y la borró”. a “madre de la patria”
era una negra, una “parda” como se decía entonces de acuerdo con la
clasificación de castas para diferenciar a los negros de los mulatos, que se
designaban como “morenos”.
La república
modelo de Sudamérica, que tenía el nombre de la rutilante plata de Potosí, el
metal blanco, no podía tener una madre negra. Había que esconderla y la
escondieron sin remordimientos filiales.
Remedios era
una argentina de origen africano, descendiente de esclavizados. Fue auxiliar en
las invasiones inglesas y acompañó después de la revolución de 1810 como
auxiliar y combatiente al ejército del Norte en toda la guerra de
Independencia. Se ganó a fuerza de coraje y arrojo en la batalla, y de
entrañable cariño por los enfermos, heridos y mutilados en combate, el título
de “capitana” y de “madre de la patria” como empezaron a llamarla los soldados
caídos y luego repitieron los generales.
Durante la
segunda invasión inglesa al Río de la Plata, auxilió al Tercio de Andaluces,
cuerpo de milicianos que defendieron la ciudad.
El 6 de
julio de 1810 Remedios se incorporó a la marcha de la sexta compañía de
artillería volante del regimiento de artillería al mando del capitán Bernardo
Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos, que murieron en
la guerra.
Ella siguió
sirviendo en el ejército como auxiliar durante el avance al Alto Perú, en la
derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.
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Vinieron
luego las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde Remedios, una de las “niñas
de Ayohuma”, combatió con las armas en la mano. Fue herida de bala y hecha
prisionera por los españoles.
Fue
sometida, como escarmiento, a nueve días de azotes públicos que le dejaron
cicatrices para el resto de su vida. Escapó y se incorporó a las fuerzas de
Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, otra vez en la doble función de
combatiente y enfermera.
Se borró
entonces hasta ahora la memoria de María Remedios del Valle, nacida en Buenos
Aires entre 1766 y 1767, capitana del ejército del Norte de Manuel Belgrano,
participante de la resistencia en las invasiones inglesas, esposa de un muerto
en guerra y madre un hijo propio y de otro adoptivo que sufrieron igual
destino, al que ella misma escapó por casualidad.
Con cerca de
60 años, terminada la guerra, Remedios volvió a Buenos Aires solo para
convertirse en una mendiga que trataba de sobrevivir vendiendo pasteles y
recogiendo la sobra de la comida de los conventos.
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Su historia
personal era increíble para los que se acercaban a ella para ponerle una moneda
en la mano o comprarle tortas fritas. Aquella “capitana”, como se llamaba a sí
misma, que mostraba cicatrices de latigazos y seis balazos en el cuerpo era
para ellos sin duda una loca, y así la trataban. Pero ella decía que eran
recuerdos de las épocas en que “en verdad se peleaba por la patria”.
Se rebeló
contra lo que parecía un destino cantado y en 1826 inició una gestión
solicitando una pensión en compensación de sus servicios a la patria y por la
pérdida de su esposo y sus hijos.
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Pero el
ministro de Guerra, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido
recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba «en las
facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al
erario.
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Viamonte,
que era entonces diputado, presentó un proyecto para otorgarle una pensión que
reconociera los servicios prestados a la patria. Comenzó un largo expedienteo
que puso en claro aquello de que “son campanas de palo las razones de los
pobres” y entonces como ahora se gasta todo en nada que importe y nada en todo
lo que importa.
La petición
fue rechazada, pero cuando en junio de 1828, Viamonte fue elegido
vicepresidente primero de la legislatura decidió insistir. Le reclamaron
documentos que avalaran el pedido, y contestó: “Yo no hubiera tomado la palabra
porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de
menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco
ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una
benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es
conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército.
Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y
lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la
debe dejar pedir limosna. Después de haber dicho esto, creo que no habrá
necesidad de más documentos”. “Yo conozco a esta infeliz mujer que está en un
estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína,
y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo.
Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el
fusil y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”.
Tampoco
entonces Viamonte tuvo suerte, y menos Remedios. Antes de tocar un centavo de
los fondos públicos (para este fin, se entiende) los diputados sabían trabar
burocráticamente todas las posibilidades. Encontraron que aunque fueran ciertos
los méritos de Remedios, “la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires,
no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado”
Hubo otros
diputados que defendieron la causa de Remedios, como Tomás de Anchorena: “Esta
es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando
esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera
tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en
competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los
oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese
valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta:
el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que
siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la
única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas, sin el
menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública hacer
elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los
hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de
guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos
para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el
general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. No tengo presente si
fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre
muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano
ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los
heridos que ella podía socorrer.
Una mujer
tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de
cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y
auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el
mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque
precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.”
Finalmente
le acordaron una pensión de 30 pesos por mes, más o menos lo que ganaba una
costurera, mientras el sueldo del gobernador era de 660 pesos. Pero hay
versiones que ponen en duda de que la haya cobrado alguna vez y por eso debió
seguir mendigando.
Remedios
terminó su vida con el apellido Rosas, en agradecimiento a Don Juan Manuel, que
años después le fijó la pensión en 216 pesos.
Una noticia
del 8 de noviembre de 1847, indicaba que “el mayor de caballería Doña Remedios
Rosas falleció”. Le reconocían en cargo de Sargento Mayor que le acordó Rosas,
tras el de “capitana” que se ganó en el campo de batalla.
Por aquellos
tiempos era insólito que las mujeres pelearan en la guerra. Apenas si las
pudientes donaban armas para el ejército. La Gazeta de Buenos Aires consigna
algunas donaciones, como las de las “nobles y bellas” María Petrona Sánchez de
Thompson (Mariquita Sánchez) o Carmen Quintanilla de Alvear, que pedían que sus
nombres aparecieran grabados en los fusiles.
De pelear,
nada. La misma Gazeta explica a sus lectores que ellas “no pueden desempeñar
las funciones duras y ásperas de la guerra. No pueden desplegar su patriotismo
con el esplendor que los héroes en el campo de batalla”.
Me gustaría agregar
que hay que recordarla como guerrera y no como termino, la esencia es la misma,
peleo hasta el último día, una gloria que lo haya hecho por mi patria!!!
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13128
¡¡¡Muchas gracias Jorge por tu gran aporte histórico para conocer la vida de ésta Heroica Mujer Argentina al servicio de Nuestra Patria!!! Saludos
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