miércoles, 27 de abril de 2016

Algunas curiosidades de Juan Moreira, ese gaucho matrero tan mentado...

Valerio Moreira
Tenemos una cara conocida de Juan Moreira, en libros, o más moderno googleamos y nos aparece, bueno acá se muestra que la imagen que muchos creen que es Juan Moreira, que no es, en realidad es el hijo de Juan, Valerio Moreira, y obviamente también hijo de Andrea Santillán. Nacido en 1869, La misma salió publicada en la revista Caras y Caretas en 1903.  Cuando le hicieron el reportaje a “la gorda” (Andrea Santillán, esposa del gaucho), el que fue realizado cuando aún estaba en vida, al hijo le pidieron que se prestara para la toma de un retrato, pues era igual al padre.  Luego de obtenida la fotografía de Valerio, la madre le fue dando los detalles: “que tenía el pelo así”, “que la barba lucía de esta forma”… hasta que lo sacaron igualito a Juan Moreira.  Si se observa bien la imagen, se nota que está retocada”. Asi mismo en la misma revista. en una entrevista al sargento Andrés Chirino, dice "Valerio Moreira, guitarrista afamado entre sus conocidos, ha sido guardián de presos en el depósito de 24 de Noviembre, y durante muchos años llevo el apellido de Morales, pero hoy usa el que le corresponde, siendo un buen jornalero".

Trabuco Naranjero de Juan Moreira

Los trabucos naranjeros de Juan Moreira, se conservan hoy día en el museo de Tandil, un detalle, situémonos en esos años, una partida busca dar caza al gaucho juan Moreira, Juan dispara sus trabucos, a una distancia no mayor de 7mts. la partida recibe heridas, luego allí ya con su daga empieza a golpear a los caídos milicos de la partida, dándose a la huida, esto es novelado, pero no creo que este muy lejano, los trabucos se los llevó consigo Julián Andrade, luego de la muerte de su amigo, y asi terminaron en el museo de Tandil, donde Julián termino sus días.


La edad de Juan Moreira, por la partida de nacimiento de Valerio deducimos que el año de nacimiento de Juan es 1838, y fallece en 1874, esto quiere decir que murió en lobos con 36 años. Fue hijo del mazorquero José Custodio Moreira, un español que también integró el Cuerpo de Serenos, supuestamente conocido por su crueldad y falta de piedad. Pasando a la historia como el hombre que da muerte a Manuel Vicente Maza, junto con el mazorquero Manuel Gaitán, pasado el tiempo, convertido en un estorbo por sus abusos y crímenes, algunos historiadores afirman que el mismo Rosas le entregó a Custodio Moreira un sobre cerrado con la orden de que le fuera entregado al oficial Antonino Reyes, comandante de los cuarteles de Santos Lugares. El sobre contenía la orden de ajusticiar inmediatamente al portador, disposición que se cumplió en el acto.
"Asesinato de Manuel Vicente Maza" Oleo de Benjamin Franklin
Otra historia dice que huyo con el nombre de Mateo Blanco, y al pequeño Juan como Juan Gregorio Blanco.  De la madre de Juan Moreira, doña Ventura, poco es lo que se sabe, salvo que intentó criar a su hijo lo mejor que pudo.
Andrea Santillan (1990)

La muerte de Juan Moreira, contada por su matador, fue en Lobos, en el patio del burdel La Estrella. La partida policial estaba mandada por el capitán Pedro Berton y se lo sindica al sargento Andrés Chirino como el matador de Moreira.

Chirino, cuando murió tenía 93 años (otra versión dice que falleció a los 101 años), era sanjuanino y después de jubilarse como policía federal tuvo que trabajar como portero del edificio de la Avenida de Mayo 733, de Buenos Aires.
Lo que sigue es un reportaje que se le hizo poco antes de su muerte, en donde cuenta su versión de la muerte del mítico gaucho argentino:
“Yo no lo ví, sino el día 30 de abril de 1874, como a la una y media de la tarde, que fue la hora en que lo matamos, pero lo tengo presente. Era un hombre de talla regular, pero muy fornido y bien plantado. De nariz fina, blanco, casi rosado, picado de viruela; de pelo castaño y usaba una larga pera, que ya tenía algunas canas.
Sargento Chirino (1903)
Ha de haber tenido unos 40 a 42 años, mas era ágil y de una fuerza muscular extraordinaria. Yo, que pertenecía a la policía de la Capital, andaba en comisión con una partida de doce hombres, a las órdenes del capitán don Pedro Berton. Hacía tres meses que recorríamos infructuosamente la campaña en busca de Moreira. Nos hallábamos en la estación de Lobos, cuando llegó apresuradamente el señor Francisco Bosch, entonces comandante militar y después general de la Nación, e informó al capitán Berton que Moreira y algunos de su banda se encontraban en el peringundín La Estrella, en la esquina de la plaza y que el juez de Paz, señor Casimiro Villamayor, había salido al campo a perseguir a los malevos. El capitán me dijo, que tomara seis de los mejores hombres y que lo siguiera. Pasamos por la casa del Juzgado y se nos incorporaron seis hombres más, al mando del teniente don Eulogio Varela.
Nos encaminamos a la casa que, fue rodeada. Penetramos en ella, el comandante Bosch, el capitán Berton, el teniente Varela y yo, con dos vigilantes.
Dos de los compañeros de Moreira que estaban levantados huyeron, los dejamos ir para no malograr el golpe.
Sargento Chirino (1880)
En la pieza que cuadra al patio, cuya puerta estaba entreabierta, yo vi a un hombre que dormía, teniendo sobre una silla al alcance de la mano, un cojinillo con dos trabucos, un puñal y una pistola.
Me apoderé de las armas, lo desperté y lo entregué a los soldados sin que hiciera resistencia. Cuando lo saqué dijo el comandante Bosch: Ese no es Moreira, sino Julián Andrade. ¡Otro pájaro de cuenta!
Era un mozo alto, delgado, bien vestido con ropas de gaucho lujoso y que se decía uno de los mejores peleadores del pago.
Los soldados lo sacaron a la calle. El comandante Bosch, que lo estaba observando, viendo que miraba la puerta de enfrente, que estaba cerrada, exclamó golpeándola con el taco de su bota:
-¡Aquí está el que buscamos!
No tuvimos tiempo sino para hacernos a un lado, colocándonos en fila a lo largo del patio, viniendo a quedar yo detrás del brocal del pozo; el comandante Bosch en el recodo que formaba la pieza; los señores Berton y el Zapatero más hacia el zaguán. En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:
-¡Aquí estoy…maulas…! ¿Qué quieren?
-¡Ríndase Moreira a la policía de Buenos Aires…!
A lo que respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo…!
Y antes que yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo. Detrás de la cual habían quedado los caballos. El capitán Berton recibió un balazo que le quebró la muñeca derecha y el brazo izquierdo a la altura del hombro.
Yo corrí en momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.
Mano de Chirino
Al sentirse herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego, entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con la derecha la daga que llevaba denuda entre los dientes, y me tiró un “hachazo” que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.
Yo le pegué como pude… porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de cuarenta mil pesos… ¡ni lo olí…!”


Locales22 de Febrero, 2010

Juan Moreira y Julián Andrade: "bandidos rurales"
Julian Andrade
Un reportaje a Julián Andrade en el Diario Nueva Era del 4 de abril de 1923, señala marcadas contradicciones entre la versión oficial y la del testigo que lo acompañó hasta el último día. El gaucho anciano y legendario relata la historia de sus aventuras con el “bandido” de la siguiente manera: …—Hable nomás, Amigo Andrade. Díganos cuanto guste y lo atenderemos de mil amores. —¡Qué voy a decirle, amigo! Me llamaron y aquí estoy. ¿Hablar de Moreira? ¡Es tan viejo aquello! Moreira... —No, hablemos de usted primero. No se achique, largue el rollo. Usted ya es de la historia, viejo. —De mí no se ocupen, digo. Mis hijos son muy buenos y no conviene que sepan mucho. Nunca les cuento nada. A él le di más de una «manito» cuando lo «via apretao», pero... Y Andrade habló largo rato. Es gaucho fuerte y erguido, a pesar de las catástrofes. Su voz denota el pasaje por los infiernos. No se queja, sin embargo resumimos sus recuerdos: Moreira —dice Andrade— era hombre blanco, de patilla cerrada, alto y fornido, muy buen mozo. No fue nunca un ratero ni nada parecido. No tenía necesidad de eso. Trabajó de tropero y de sargento de policía. Era guitarrero y mejor jinete, jugaba a la taba y al billar. No fue nunca un villano. ¡Que va a ser un facineroso! Era hombre de juicio y defendió al desvalido. Dígalo así nomás, no podrán desmentirlo. — ¿Y cómo?... —Era un alma de coraje. No creo que haya otra igual. ¡Pobrecito! No nacen como ese. Luego la política, amigo, la política. Se peleaba diariamente entre alsinistas y mitristas y él hizo dos muertes a facón. Quien lo provocase tenía que pisar firme. Frente a la misma iglesia mató a un tal Leguizamón y al poco tiempo, por ahí cerca nomás, al teniente alcalde Juan Córdoba. Moreira estaba entonces con los alsinistas, le prometieron el indulto, no se lo dieron y concluyó por pasarse al otro bando. Esa fue su perdición. Triunfó Alsina y Moreira entró a andar con todos. —¿Dónde ocurría eso? —En Navarro, pues. Allí vivíamos nosotros. —¿Anduvieron juntos muchos años? —Desde el 68 hasta el 74, cuando nos prendieron. —¿Siempre en Navarro? —¿Cómo puede pensar semejante cosa? Tuvimos que irnos más de una vez. Moreira recorrió varios partidos: Salto Argentino, Cañuelas, Nueve de Julio, Veinticinco de Mayo... No paraba. Tuvo muchos encuentros con las partidas y se vio obligado a matrerear. El General Garmendia lo persiguió con alma y vida. Al último los milicos no se atrevían a buscarlo. ¿Para qué? El no preguntó nunca cuántos lo perseguían y menos si lo acorralaban. Su valor no tenía fin, créalo, amigo, no tenía fin. Se lo dice un hombre que ha visto mucho. Se trenzaba con los que se le presentasen. ¡Mejor si eran veinte, se animaba más! ¡Un valiente, amigo, un valiente! ¡Pobrecito! ¡Qué va a ser un bandido! Andrade revive aquellos momentos y se ilumina. Su fidelidad inmarcesible y profunda de compañero se manifiesta con hálitos de epopeya. Se ve bien en este instante al varón de la leyenda, a la musa de Gutiérrez. —¿Y cuántos despacharía Moreira en sus peleas? Andrade nos mira con ojos interrogativos, quiere leernos el alma, procura cerciorarse de que estamos con él. No aceptaría así nomás que profanáramos la memoria sagrada. Mueve su anciana cabeza, recapacita. —No podría decirlo, tendría que recordar mucho —declara— ¡Peleó tanto! Marcó a una punta. Pegó tajos y tiros. No se le «caiba» el facón ni la pistola, el cuchillo ni el trabuco. Andaba de un lado a otro y tenía que tener cuidado. En las partidas dejó amargos recuerdos. En Salto Argentino mató a Rico Romero, un malo de por allí. Jugaron una carambola y a Moreira le costó poco ganarle. El mozo jugaba bien y qué iba a hacer. Rico quedó hirviendo y le buscó camorra. No sabía que era Moreira, pues se hacía llamar Juan Blanco. Recién había llegado, no lo conocían. Este es un paisano flojo, lleno de armas, le dijo Rico y le pegó un tacaso. Usted comprenda lo demás. Moreira lo dejó tendido a puñaladas. Salió en seguida de Salto y fue a dar a los toldos de Coliqueo, en Nueve de Julio....El 73 estábamos en Navarro. Juan no tenía miedo. Si no es hoy será mañana, solía repetir. Cierta noche, viviendo en el fondin Los Vascos, sintió un pito de ronda.
 Allí no había eso y comprendió lo que pasaba. ¡Qué momentos, compañero! El se acomodó sobre el pucho e hizo volar la luz de un tiro. Al hombre lo habían vendido. La partida rumoreaba en la puerta. Para que nadie supiera nada había llegado al pueblo en carretas. El teniente Cortina le intimó rendición de parte del gobierno. Era un oriental bravísimo que después fue coronel. Se produjo el entrevero. Sonaron gritos, ajos y balas. ¡Mire que casualidad! El espía era un tal Carrizo y quedó sin lengua de un tiro. La bala le atravesó las mejillas. Moreira lo había alcanzado a ver al oscuro. ¡Daba lástima el trompeta! A Moreira también lo hirieron, pero se les hizo humo. ...Llamamos a un médico y el hombre vino. No sabía quién era el enfermo, ni lo conocía. Quiso cortarle la cara para sacarle la bala. ¡Pobre hombre, qué susto! Soy Moreira y a mí nadie me hace eso, le dijo. Sáquela por donde ha entrado. El médico cumplió la orden y salió. Moreira mejoró pronto y en seguida fuimos a vivir tranquilamente en Navarro. Las policías no se metieron con nosotros por un tiempo. Andrade reconoce que su acompañamiento no era nada más que un amor entrañable al héroe, un culto del coraje, un regocijo de la juventud. —¡Era tan grande aquello! —recuerda— Tomaba un poco, me sobraba vida y qué diablos... Tras algunas resistencias explica el final doliente. —...Llegamos aquel día a Lobos. Era el 30 de abril del 74. ¡No podré olvidarlo mientras tenga aliento! Cuando un hombre pasa eso puede decir que no ignora lo que es el mundo. Moreira y yo estábamos acostados, dormíamos tranquilos, cada cual... No podíamos creer que hubiera peligro, que la partida estuviera cerca y nos persiguiese. —¿No se trataba de una esquina? —No, amigo, no era eso, se lo aseguro. —En los libros se habla de la esquina La Estrella. —La Estrella sí, pero no esquina. Era lo que yo le digo. Rodearon la casa unos cuarenta soldados y nosotros no oímos nada. Llegábamos de un viaje y nos encontrábamos un poco cansados. La partida llegó al mando de Francisco Bosch, que después fue general. Cuando desperté me hallaba sin armas, con los brazos a la espalda, sin poderme mover. Comprendí que estaba perdido, que era inútil forcejear. Pensé en mi compañero con toda el alma. Se acabó Moreira, me gritó uno. No, este no es Moreira, contestó otro, él está en la otra pieza. Cuando supe esto sentí esperanzas. Moreira sintió el ruido de las latas y se levantó. Abrió la puerta y vio bien lo que pasaba. Bosch le dijo que saliera, que se entregara, que le respetaría la vida. Sí, para que me fusilen, les dijo Moreira. Espérenme, ya voy a salir. Las carnes temblaron, el momento era fatal. Salió Moreira como sólo un valiente puede hacerlo. Sonó su trabuco y cayó muerto el teniente Varela. El general Bosch se salvó no sé cómo. Hubo corridas, saltos, balas y gritos. Moreira se hizo campo, fue librando la espalda, acorralando a los que se mostraban; no quiso entregarse ni dio cuartel. El comandante Bosch se retiró diciendo que no quería ver morir a ese guapo. No sé lo qué le pasaba. Moreira había quedado libre y se retiraba, sin dejar de amenazarlos a todos con las armas. Un poco más y estaba en salvo.

El sargento Chirino se hallaba escondido en el brocal del pozo y cuando Moreira quiso saltar la pared lo clavó por la espalda cobardemente, lo traspasó con la bayoneta. ¡Un miserable, amigo, un miserable! Moreira alcanzó a sacarle un ojo de un tiro. Un teniente corrió a ultimarlo con el máuser y le hizo astillas uno de los brazos. Moreira murió allí mismo. ¡Yo no pude morir con él! —¿Si lo hubiesen tomado vivo lo habrían fusilado? ¿Qué le parece a usted? —¡Qué esperanza! Moreira no fue nunca un bandido, fue un hombre de pelea. No lo hubieran fusilado. —Usted debió sufrir mucho, indudablemente. —Sí, yo fui maltratado, amigo. Si tuve culpas las pagué con sangre. — —Un momento, Andrade, no se levante, unas líneas más. —¡Si ya tiene demasiado! —No nos deje trunca la historia. Y Andrade siguió contando, soporta resignadamente nuestras preguntas. Cuenta que pasó cinco años eternos en la cárcel de Mercedes, arrastrando doble barra de grillos. Lo trataron como a fiera. Después lo pasaron a la Penitenciaria y allí sufrió tres años y medio. Era otra vida, sin embargo. Alivió sus pesares con las visitas de algunos corazones buenos. Conversó muchas veces con el general Francisco Leiría, estrechó más de una vez la mano de Olegario Andrade y de Benito Machado, trabajó de tipógrafo y se entretuvo en contarle a Eduardo Gutiérrez las páginas de su famoso libro. Desde el 82 hasta el 87 lo pasó en Sierra Chica. Picó piedra, durmió en la paja y los días fueron amargos. Creyó que no saldría vivo. Lo habían condenado a cadena perpetua y sin recurso de gracia, para completar el desconsuelo. Eso era lo más triste, declara. Supo esperar, tuvo resignación y salió por fin del oscuro presidio. Debe su liberación a Francisco Leiría, Ángel Falcón, Eduardo Gutiérrez y sobre todo al escritor Julio Llanos. Es hombre de sentimiento y recuerda a sus bienhechores con el más grande cariño. —¿Sólo, Andrade? —Casado y con nueve hijos. Me casé en el Azul poco después de quedar libre. —¿Y Moreira? —Tuvo esposa y dejó un hijo. Se llama Juan también. Es un muchacho honrado. Creo que trabaja en la aduana de Buenos Aires. —¿Mucho tiempo por aquí? —Hace ya ocho años. —¿Dónde vive? —Mitre 1351. Espero que me visiten. —Gracias. ¿Hay trabajo? —No falta algún parejero y ya puede suponer que yo sé cuidarlo con gusto. —¿Muchos años? —Tengo ya 74. Nací en el 48 en Navarro. Pero basta, ya tiene de sobra, me voy. Estrechamos la mano de Julián Andrade con fuerza y efusión. Se retira y lo seguimos con la mirada; y es que nos deja en el alma sensaciones grandes, las tintas fuertes de un pasado heroico, los ecos tradicionales de un mundo extinto. Pensamos que su valor no está sólo en sus peleas, sino más bien en la grandeza de su fidelidad y en la extensión e intensidad de sus sufrimientos Bibliografía: Síntesis de la “Entrevista a Julián Andrade”, Suplemento Extraordinario.





Galería Fotográfica












La Fotonovela





De Leonardo Favio


El Comic, por Jose Massaroli


De Claudio Gallardou


Por Jose Podesta


Yo, Jorge Prina, en el museo de Lobos, con la daga y cráneo de Juan Moreira.


En mi mano derecha tengo un caronero con el largo real de la daga de Juan Moreira (86 cm) y en la otra un facón,, el tamaño si importa...