En 1898 un hombre se batió mano a mano contra 18 policías en pleno centro
porteño. Vivado por una prensa nostálgica de duelos criollos
En vísperas del siglo XX, da comienzo esta historia que se
remonta a una ciudad en la que la avenida Nueve de Julio y el Obelisco no eran
más que un sueño pasajero y donde uno de cada dos porteños había nacido en el
extranjero, sin extrañar que se concentrara junto a otros doscientos en alguno
de los conventillos de aquellos barrios céntricos y populosos. A poco de andar,
el café Cassoulet –famosa guarida de malandras- servía
sus últimas ginebras y el café Diván, de Cangallo 1035, emergía como un nuevo
refugio donde se cruzaban los cretinos y los honrados. En una mesa al fondo, ni
tan cretino ni tan honrado, paraba Mariano Castilla, un francés de 30 años,
corista de teatro devenido en tipógrafo y en desempleado, a quien conocían bajo
el apodo de “Treinta y Tres” por lo difícil que le resultaba, con su entonación
oui-oui, decir esa palabra.
Castilla
tuvo su noche moreiresca de sangre y fuego ahí mismo, en Perón entre Cerrito y
Pellegrini (por entonces, Cangallo entre Cerrito y Artes), cuando el 15 de
marzo de 1898 se batió mano a mano y filo a filo contra 18 vigilantes
(¡!) que acudían a detenerlo luego de una pelea que el Treinta y Tres había
mantenido con su propio cuñado, un español llamado Sansebastián. “Ha puesto
fuera de combate a seis, á unos ha muerto y á otros ha herido gravemente. En
pleno centro de la ciudad hemos tenido anoche una escena que podría
considerarse como exagerada en la representación de los ‘dramas criollos’ y que
ha sido real, provocando el espanto de un barrio entero”, se leyó en La Nación
el 16 de marzo.
Dos
días después, el mismo diario ya hablaba de “el nuevo y sensacional Juan
Moreira”. Y en sus ediciones siguientes contaba la hazaña y sus derivaciones al
tiempo que la noticia cobraba la forma de un intenso folletín, de una épica
gauchesca en la Babel moderna de los inmigrantes: “Uno de los agentes le arrojó
encima el capote. Esto en vez de turbarlo á Castilla le sirvió de ayuda, pues
se echó el capote al brazo y, manejándolo como nuestros gauchos el poncho,
paraba con él los golpes de machete, arremetiendo contra los que lo asediaban,
apuñaleando á unos y tajeando á otros”.
Rodríguez Bustamente interrogó largamente a Mansilla y escuchó
de su boca varias historias que no pertenecían a la gauchesca, sino al género
ya viejo de los príncipes y las brujas: el Treinta y Tres dijo ser el vizconde
León de Laferrand, nacido en Burdeos y criado en España (donde había adoptado
aquel otro nombre), y dijo haber tomado como sirvientes a Sansebastián, a su
mujer y a su madre. “Lo que hay es que la vieja, la suegra de Sansebastián, es
completamente bruja, y yo le he visto la brujería, la tiene del tamaño de una
nuez sobre el hombro izquierdo; de pronto se le pasa al derecho; pero como es bruja
todo venía en contra mía y así me han hecho perder la cabeza”, declaró
Castilla/Laferrand.
De alguna manera,
parecía haberse olvidado de su papel. Porque Moreira jamás hubiera salido con
esos cuentos: era un criollo de palabra. El francés, en cambio, terminó en el
hospicio de alienados.
Nota
cedida gentilmente por El Identikit
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