Valerio Moreira |
Tenemos una
cara conocida de Juan Moreira, en libros, o más moderno googleamos y nos
aparece, bueno acá se muestra que la imagen que muchos creen que es Juan
Moreira, que no es, en realidad es el hijo de Juan, Valerio Moreira, y
obviamente también hijo de Andrea Santillán. Nacido en 1869, La misma salió
publicada en la revista Caras y Caretas en 1903. Cuando le hicieron el reportaje a “la gorda”
(Andrea Santillán, esposa del gaucho), el que fue realizado cuando aún estaba
en vida, al hijo le pidieron que se prestara para la toma de un retrato, pues
era igual al padre. Luego de obtenida la
fotografía de Valerio, la madre le fue dando los detalles: “que tenía el pelo
así”, “que la barba lucía de esta forma”… hasta que lo sacaron igualito a Juan
Moreira. Si se observa bien la imagen,
se nota que está retocada”. Asi mismo en la misma revista. en una entrevista al
sargento Andrés Chirino, dice "Valerio Moreira, guitarrista afamado entre
sus conocidos, ha sido guardián de presos en el depósito de 24 de Noviembre, y
durante muchos años llevo el apellido de Morales, pero hoy usa el que le
corresponde, siendo un buen jornalero".
Trabuco Naranjero de Juan Moreira |
Los trabucos
naranjeros de Juan Moreira, se conservan hoy día en el museo de Tandil, un
detalle, situémonos en esos años, una partida busca dar caza al gaucho juan Moreira,
Juan dispara sus trabucos, a una distancia no mayor de 7mts. la partida recibe
heridas, luego allí ya con su daga empieza a golpear a los caídos milicos de la
partida, dándose a la huida, esto es novelado, pero no creo que este muy
lejano, los trabucos se los llevó consigo Julián Andrade, luego de la muerte de
su amigo, y asi terminaron en el museo de Tandil, donde Julián termino sus
días.
La edad de
Juan Moreira, por la partida de nacimiento de Valerio deducimos que el año de
nacimiento de Juan es 1838, y fallece en 1874, esto quiere decir que murió en
lobos con 36 años. Fue hijo del mazorquero José Custodio Moreira, un español
que también integró el Cuerpo de Serenos, supuestamente conocido por su
crueldad y falta de piedad. Pasando a la historia como el hombre que da muerte
a Manuel Vicente Maza, junto con el mazorquero Manuel Gaitán, pasado el tiempo,
convertido en un estorbo por sus abusos y crímenes, algunos historiadores
afirman que el mismo Rosas le entregó a Custodio Moreira un sobre cerrado con
la orden de que le fuera entregado al oficial Antonino Reyes, comandante de los
cuarteles de Santos Lugares. El sobre contenía la orden de ajusticiar
inmediatamente al portador, disposición que se cumplió en el acto.
Otra
historia dice que huyo con el nombre de Mateo Blanco, y al pequeño Juan como Juan
Gregorio Blanco. De la madre de Juan
Moreira, doña Ventura, poco es lo que se sabe, salvo que intentó criar a su
hijo lo mejor que pudo.
"Asesinato de Manuel Vicente Maza" Oleo de Benjamin Franklin |
Andrea Santillan (1990) |
La muerte de
Juan Moreira, contada por su matador, fue en Lobos, en el patio del burdel La
Estrella. La partida policial estaba mandada por el capitán Pedro Berton y se
lo sindica al sargento Andrés Chirino como el matador de Moreira.
Chirino,
cuando murió tenía 93 años (otra versión dice que falleció a los 101 años), era
sanjuanino y después de jubilarse como policía federal tuvo que trabajar como
portero del edificio de la Avenida de Mayo 733, de Buenos Aires.
Lo que sigue
es un reportaje que se le hizo poco antes de su muerte, en donde cuenta su
versión de la muerte del mítico gaucho argentino:
“Yo no lo
ví, sino el día 30 de abril de 1874, como a la una y media de la tarde, que fue
la hora en que lo matamos, pero lo tengo presente. Era un hombre de talla regular,
pero muy fornido y bien plantado. De nariz fina, blanco, casi rosado, picado de
viruela; de pelo castaño y usaba una larga pera, que ya tenía algunas canas.
Sargento Chirino (1903) |
Ha de haber
tenido unos 40 a 42 años, mas era ágil y de una fuerza muscular extraordinaria.
Yo, que pertenecía a la policía de la Capital, andaba en comisión con una
partida de doce hombres, a las órdenes del capitán don Pedro Berton. Hacía tres
meses que recorríamos infructuosamente la campaña en busca de Moreira. Nos
hallábamos en la estación de Lobos, cuando llegó apresuradamente el señor
Francisco Bosch, entonces comandante militar y después general de la Nación, e
informó al capitán Berton que Moreira y algunos de su banda se encontraban en
el peringundín La Estrella, en la esquina de la plaza y que el juez de Paz,
señor Casimiro Villamayor, había salido al campo a perseguir a los malevos. El
capitán me dijo, que tomara seis de los mejores hombres y que lo siguiera.
Pasamos por la casa del Juzgado y se nos incorporaron seis hombres más, al mando
del teniente don Eulogio Varela.
Nos
encaminamos a la casa que, fue rodeada. Penetramos en ella, el comandante
Bosch, el capitán Berton, el teniente Varela y yo, con dos vigilantes.
Dos de los
compañeros de Moreira que estaban levantados huyeron, los dejamos ir para no
malograr el golpe.
Sargento Chirino (1880) |
En la pieza
que cuadra al patio, cuya puerta estaba entreabierta, yo vi a un hombre que
dormía, teniendo sobre una silla al alcance de la mano, un cojinillo con dos
trabucos, un puñal y una pistola.
Me apoderé
de las armas, lo desperté y lo entregué a los soldados sin que hiciera
resistencia. Cuando lo saqué dijo el comandante Bosch: Ese no es Moreira, sino
Julián Andrade. ¡Otro pájaro de cuenta!
Era un mozo
alto, delgado, bien vestido con ropas de gaucho lujoso y que se decía uno de
los mejores peleadores del pago.
Los soldados
lo sacaron a la calle. El comandante Bosch, que lo estaba observando, viendo
que miraba la puerta de enfrente, que estaba cerrada, exclamó golpeándola con
el taco de su bota:
-¡Aquí está
el que buscamos!
No tuvimos
tiempo sino para hacernos a un lado, colocándonos en fila a lo largo del patio,
viniendo a quedar yo detrás del brocal del pozo; el comandante Bosch en el
recodo que formaba la pieza; los señores Berton y el Zapatero más hacia el zaguán.
En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:
-¡Aquí
estoy…maulas…! ¿Qué quieren?
-¡Ríndase
Moreira a la policía de Buenos Aires…!
A lo que
respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo…!
Y antes que
yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de
Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade
que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo.
Detrás de la cual habían quedado los caballos. El capitán Berton recibió un
balazo que le quebró la muñeca derecha y el brazo izquierdo a la altura del
hombro.
Yo corrí en
momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta
medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.
Mano de Chirino |
Al sentirse
herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego,
entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con
la derecha la daga que llevaba denuda entre los dientes, y me tiró un “hachazo”
que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda
con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.
Yo le pegué
como pude… porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era
un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni
dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el
comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos
meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de
cuarenta mil pesos… ¡ni lo olí…!”
Locales22 de
Febrero, 2010
Juan Moreira
y Julián Andrade: "bandidos rurales"
Julian Andrade |
Allí no había eso y comprendió lo que pasaba. ¡Qué momentos, compañero! El se acomodó sobre el pucho e hizo volar la luz de un tiro. Al hombre lo habían vendido. La partida rumoreaba en la puerta. Para que nadie supiera nada había llegado al pueblo en carretas. El teniente Cortina le intimó rendición de parte del gobierno. Era un oriental bravísimo que después fue coronel. Se produjo el entrevero. Sonaron gritos, ajos y balas. ¡Mire que casualidad! El espía era un tal Carrizo y quedó sin lengua de un tiro. La bala le atravesó las mejillas. Moreira lo había alcanzado a ver al oscuro. ¡Daba lástima el trompeta! A Moreira también lo hirieron, pero se les hizo humo. ...Llamamos a un médico y el hombre vino. No sabía quién era el enfermo, ni lo conocía. Quiso cortarle la cara para sacarle la bala. ¡Pobre hombre, qué susto! Soy Moreira y a mí nadie me hace eso, le dijo. Sáquela por donde ha entrado. El médico cumplió la orden y salió. Moreira mejoró pronto y en seguida fuimos a vivir tranquilamente en Navarro. Las policías no se metieron con nosotros por un tiempo. Andrade reconoce que su acompañamiento no era nada más que un amor entrañable al héroe, un culto del coraje, un regocijo de la juventud. —¡Era tan grande aquello! —recuerda— Tomaba un poco, me sobraba vida y qué diablos... Tras algunas resistencias explica el final doliente. —...Llegamos aquel día a Lobos. Era el 30 de abril del 74. ¡No podré olvidarlo mientras tenga aliento! Cuando un hombre pasa eso puede decir que no ignora lo que es el mundo. Moreira y yo estábamos acostados, dormíamos tranquilos, cada cual... No podíamos creer que hubiera peligro, que la partida estuviera cerca y nos persiguiese. —¿No se trataba de una esquina? —No, amigo, no era eso, se lo aseguro. —En los libros se habla de la esquina La Estrella. —La Estrella sí, pero no esquina. Era lo que yo le digo. Rodearon la casa unos cuarenta soldados y nosotros no oímos nada. Llegábamos de un viaje y nos encontrábamos un poco cansados. La partida llegó al mando de Francisco Bosch, que después fue general. Cuando desperté me hallaba sin armas, con los brazos a la espalda, sin poderme mover. Comprendí que estaba perdido, que era inútil forcejear. Pensé en mi compañero con toda el alma. Se acabó Moreira, me gritó uno. No, este no es Moreira, contestó otro, él está en la otra pieza. Cuando supe esto sentí esperanzas. Moreira sintió el ruido de las latas y se levantó. Abrió la puerta y vio bien lo que pasaba. Bosch le dijo que saliera, que se entregara, que le respetaría la vida. Sí, para que me fusilen, les dijo Moreira. Espérenme, ya voy a salir. Las carnes temblaron, el momento era fatal. Salió Moreira como sólo un valiente puede hacerlo. Sonó su trabuco y cayó muerto el teniente Varela. El general Bosch se salvó no sé cómo. Hubo corridas, saltos, balas y gritos. Moreira se hizo campo, fue librando la espalda, acorralando a los que se mostraban; no quiso entregarse ni dio cuartel. El comandante Bosch se retiró diciendo que no quería ver morir a ese guapo. No sé lo qué le pasaba. Moreira había quedado libre y se retiraba, sin dejar de amenazarlos a todos con las armas. Un poco más y estaba en salvo.
El sargento Chirino se hallaba escondido en el brocal del pozo y cuando Moreira quiso saltar la pared lo clavó por la espalda cobardemente, lo traspasó con la bayoneta. ¡Un miserable, amigo, un miserable! Moreira alcanzó a sacarle un ojo de un tiro. Un teniente corrió a ultimarlo con el máuser y le hizo astillas uno de los brazos. Moreira murió allí mismo. ¡Yo no pude morir con él! —¿Si lo hubiesen tomado vivo lo habrían fusilado? ¿Qué le parece a usted? —¡Qué esperanza! Moreira no fue nunca un bandido, fue un hombre de pelea. No lo hubieran fusilado. —Usted debió sufrir mucho, indudablemente. —Sí, yo fui maltratado, amigo. Si tuve culpas las pagué con sangre. — —Un momento, Andrade, no se levante, unas líneas más. —¡Si ya tiene demasiado! —No nos deje trunca la historia. Y Andrade siguió contando, soporta resignadamente nuestras preguntas. Cuenta que pasó cinco años eternos en la cárcel de Mercedes, arrastrando doble barra de grillos. Lo trataron como a fiera. Después lo pasaron a la Penitenciaria y allí sufrió tres años y medio. Era otra vida, sin embargo. Alivió sus pesares con las visitas de algunos corazones buenos. Conversó muchas veces con el general Francisco Leiría, estrechó más de una vez la mano de Olegario Andrade y de Benito Machado, trabajó de tipógrafo y se entretuvo en contarle a Eduardo Gutiérrez las páginas de su famoso libro. Desde el 82 hasta el 87 lo pasó en Sierra Chica. Picó piedra, durmió en la paja y los días fueron amargos. Creyó que no saldría vivo. Lo habían condenado a cadena perpetua y sin recurso de gracia, para completar el desconsuelo. Eso era lo más triste, declara. Supo esperar, tuvo resignación y salió por fin del oscuro presidio. Debe su liberación a Francisco Leiría, Ángel Falcón, Eduardo Gutiérrez y sobre todo al escritor Julio Llanos. Es hombre de sentimiento y recuerda a sus bienhechores con el más grande cariño. —¿Sólo, Andrade? —Casado y con nueve hijos. Me casé en el Azul poco después de quedar libre. —¿Y Moreira? —Tuvo esposa y dejó un hijo. Se llama Juan también. Es un muchacho honrado. Creo que trabaja en la aduana de Buenos Aires. —¿Mucho tiempo por aquí? —Hace ya ocho años. —¿Dónde vive? —Mitre 1351. Espero que me visiten. —Gracias. ¿Hay trabajo? —No falta algún parejero y ya puede suponer que yo sé cuidarlo con gusto. —¿Muchos años? —Tengo ya 74. Nací en el 48 en Navarro. Pero basta, ya tiene de sobra, me voy. Estrechamos la mano de Julián Andrade con fuerza y efusión. Se retira y lo seguimos con la mirada; y es que nos deja en el alma sensaciones grandes, las tintas fuertes de un pasado heroico, los ecos tradicionales de un mundo extinto. Pensamos que su valor no está sólo en sus peleas, sino más bien en la grandeza de su fidelidad y en la extensión e intensidad de sus sufrimientos Bibliografía: Síntesis de la “Entrevista a Julián Andrade”, Suplemento Extraordinario.
Galería Fotográfica
La Fotonovela |
De Leonardo Favio |
El Comic, por Jose Massaroli |
De Claudio Gallardou |
Por Jose Podesta |
Yo, Jorge Prina, en el museo de Lobos, con la daga y cráneo de Juan Moreira. |
En mi mano derecha tengo un caronero con el largo real de la daga de Juan Moreira (86 cm) y en la otra un facón,, el tamaño si importa... |