El
gaucho es también conocido como uno de los mejores caballista que hay,
centauros argentinos somos, y hasta nuestro deporte nacional se realiza sobre
el lomo del caballo, y cuanto personaje es inseparable de su flete, desde la
realidad hasta la ficción, como decir que sería de Patoruzú sin la legendaria
figura de su brioso Pampero, bueno a continuación estos caballos que estuvieron
en nuestra historia, o simplemente compañeros fieles.
Don
José de San Martín
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Estatua de san Martin en el Regimiento de Granaderos |
El caballo de José de San Martín, herido en la
batalla de San Lorenzo, era "un bayo blanco cola cortada al
corvejón", con el cual cargaba a la cabeza de sus Granaderos. Una bala de
cañon lo último, dando comienza a la gesta donde el heroico Cabral salva a su
general, a costa de su propia vida
Manuel
Belgrano
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Belgrano enarbola la celeste y blanca |
Don Manuel Belgrano cabalgaba un rosillo y con
preferencia lo utilizaba en los enfrentamientos. Pero esta historia trata de un
caballo blanco que poseía, muy apetecido por los realistas y por los propios
soldados de su ejército. Estando en el Alto Perú, el caballo blanco trajo una
desgracia, aunque no justamente a Belgrano, sino al sargento Gómez, a quien se
lo regaló en reconocimiento de su tarea. Gracias a ese caballo fue
individualizado después por los españoles y asesinado
Justo
Jose Urquiza
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Urquiza, triunfador de Caseros |
El capitán general Justo José de Urquiza,
apasionado por los caballos, tenía un parejero oscuro con ganada fama de
"velocísimo" y lo suficientemente apto para "volear una garza en
el salto". Se comentaba que por él, "Ricardo III ofrecería más de
tres reinos". El oscuro de Urquiza gozaba del extraño privilegio de poder
entrar libremente en las habitaciones de la estancia San José.. Le había puesto
"El Aliado", y después de usarlo para guerrear en la batalla de
Caseros lo hizo correr en el hipódromo de Belgrano. Lástima que la experiencia no
duró demasiado porque lo derrotaron al instante.
Gervasio
Artigas
El moro de Artigas, .con él ganó batallas y
soportó derrotas y guió retiradas, su más fiel compañero en las malas, y llevó
a cabo avances para al fin exilarse silencioso en las selvas profundas del
Paraguay, gritando en su lecho de muerte
- ¡Traigan a mi moro! Quiero morir a caballo!
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El general artigas en El Hervidero |
Conrado
Villegas
En 1877 en el mes de Octubre, Conrado
Villegas, era coronel, disponía de 300
caballos blancos, elegidos, sanos, fuertes y ligeros, para reserva del Cuerpo que comandaba. Estos
blancos eran cuidados por Villegas más que su vida.
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Conrado Villegas |
En una operación contra los indios, ordena poner a los blancos*en descanso a unos
200 m del campamento, eran cuidados por
el sargento Carranza y 10 soldados; el caso es que durante la noche los indios
se llevaron los caballos en su desesperación el sargento Carranza va a dar
parte a su comandante, pidiendo que lo
ajusticie; Villegas con firmeza le solicita al mayor Sosa que disponga de un
grupo de 30 hombres incluido Carranza y se dirijan a recuperar a los *blancos y
si no era así no se molestaran en volver.
Con la orden temeraria de su jefe se internaron
en la pampa y tuvieron gran suerte y éxito.
Los indios una vez superada la zanja de Alsina con el robo seguro, se
fueron a los toldos, convencidos que allí nadie iría a buscarlos. El mayor
Sosa, cayó de improviso sobre la toldería en el bajo de la laguna
Loncomay; rodeada de monte. Los indios
eran unos 50 y un solo caballo atado al palenque; más 400 caballos de los
pampas. Cuando Sosa dio la orden al trompa[i], cayeron sobre los indios “a la
carga”, la sorpresa fue inmediata, en menos de 30 minutos habían muerto casi la
totalidad de los indios, se rescataron los blancos mala caballada de los
pampas; más cientos de indios prisioneros entre mujeres y niños; sólo uno de
ellos pudo salvarse y escapar con el caballo que estaba atado al palenque.
Los indios no se quedaron de brazos cruzados y
quisieron recuperar la caballada y el capitán más valiente del cacique Pincén,
Nahuel Payun, salió al cruce de Sosa, esto fue muy malo para Payun y su grupo
ya que fueron masacrados por Sosa.
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Los blancos de Villegas |
El 27 de Octubre, 9 días después de su partida
volvía la tropa a Trenque Lauquen con los blancos, demostrando que golpear en
la toldería era suerte y audacia junto a buenas cabalgaduras. Villegas recibió
con abrazos a Sosa, los blancos, la caballada y las indias prisioneras.
Esta campaña militar llevada a cabo por el
gobierno de la República Argentina contra los pueblos mapuche, tehuelche y ranquel, con el objetivo
de obtener el dominio territorial de la región pampeana y patagónica oriental
hasta entonces bajo control indígena, que ellos denominaban Puel Mapu es lo que
se dio en llamar “La Conquista del Desierto” o “Campaña del Desierto“; en esta
ofensiva se vieron involucrados los siguientes pueblos incluyendo a los aliados
del gobierno.
Gregorio
Aráoz de La Madrid
La Madrid, hombre valeroso sin duda, tuvo una
suerte, signada por sus monturas, afortunada para él, fatídico para sus
monturas.
Cuando en diciembre de 1814 se hizo cargo del
ejército del Norte el general José Rondeau
le ocurrió a La Madrid un incidente que es demostrativo de la corta vida
de los fletes de combate. En una escaramuza con las líneas enemigas su caballo
recibió un balazo y cayó muerto. La Madrid salvó su apero y gracias a la acción
de uno de sus dragones que acudió en su ayuda pudo huir sano y salvo.
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Gregorio Araoz de Lamadrid e hija |
No pasó mucho tiempo hasta que otro de sus
montados sufrió idéntica suerte. Fue en el combate de Culpina en el que su
caballo recibió cinco balazos y tres bayonetazos que lo tendieron muerto. Una
de las heridas de bayoneta le había interesado la tabla del cuello lo que
produjo una abundante hemorragia que manchó la casaca de La Madrid haciendo confundir a sus ayudantes sobre una
posible herida del militar. Fue el sargento Bracamonte quien más tarde pudo
recuperar la montura habiéndolo logrado con amenazas a sus poseedores de que La
Madrid los perseguiría hasta Lima. No obstante, los estribos de plata que
adornaban el recado no aparecieron.
Nuevamente sufre la muerte de su caballo en la
batalla del Tala frente a las fuerzas de Facundo Quiroga. Esta vez fueron
incontables las balas que atravesaron su pecho volteándolo. Aún así el animal
logró incorporarse, pero cuando La Madrid volvió a subirse, ya no pudo moverse.
Fue en este lance que La Madrid quedó tendido en la lid y, dado por muerto, su
cuerpo fue desnudado. Había recibido quince heridas de sable, once de ellas en
la cabeza, y un bayonetazo en la paletilla junto al cual había un tiro dado para
remate final.
Don
Juan Manuel de Rosas
Se estima que Rozas poseía una tropilla de 75
caballos entrenados para toda labor, que respondían a su amo nombrando
simplemente su pelaje.
Pero relatemos un par de hechos para ilustrar
al Hombre, cuenta el coronel Pedro José Díaz, jefe de una brigada de la
infantería rosista, que ya empeñada la batalla se le acercó Rosas, jinete en su
corcel de pelea, para hacerle una observación a fin de que preparara a sus
infantes previniendo un movimiento envolvente del enemigo. “Diciendo estas palabras –relató más tarde
Díaz- volvió la vista hacia atrás y halló cerca de sí un paisano a caballo que
llegaba trayéndole una carta o un mensaje, no recuerdo de dónde; y sin esperar
a que el paisano le dirigiera la palabra, “¿De dónde sale, amigo? –le dijo-
¡Qué buen caballo trae!” Notando en
seguida que el paisano traía a la cabezada del recado las boleadoras. “Présteme esas boleadoras”, añadió. El paisano las desató inmediatamente y se las
entregó. Rosas –prosigue Díaz- las tomó
por los extremos, abrió los brazos para ver si tenían la longitud de regla y
hallando que estaban un poco cortas “Esta no es la medida”, dijo, “le faltan
dos pulgadas”. Luego, dirigiéndose a
quien relatara esta escena, agregó: “Yo antes sabía un poco manejar esta arma;
como ahora estoy demasiado grueso, tal vez no lo podré hacer. Sin embargo voy a probar”. Y volviendo al paisano: “¡Vaya amigo, galope,
galope por allí un poco, galope!”.
Cuando el paisano se alejó a la distancia que él juzgó conveniente,
lanzó las boleadoras por encima de la cabeza de aquél, de manera que al caer
envolvieron las patas delanteras del caballo.
“Todavía me acuerdo” –dijo entonces y se separó del coronel Díaz para no
volverlo a ver más. Este episodio al par
que muestra la compleja personalidad de aquel hombre –no hay que olvidar que ya
se había empeñado la acción bélica decisiva para él y su régimen- lo exhibe, a
los sesenta años, aún hábil, en una prueba de destreza criolla que requiere
buen brazo y una correspondiente capacidad ecuestre.
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Don Juan manuel de Rosas |
Carlos Ibarguren, hacia el final de su
biografía “Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo” describe los
ranchos de “Burguess Farm” y dice que conoció al único peón sobreviviente, a
principios del siglo XX, de cuantos trabajaron con Rosas allí. Se llamaba Henri Coward. “Este anciano –dice Ibarguren- callado y
abrumado por la edad tornóse verboso al hablar de su ilustre patrón y de sus
genialidades. Le evocaba montado en su caballo
oscuro, que él mismo enlazaba y ensillaba con apero y que a los ochenta años
saltábalo sin tocar el estribo, llevando lazo, espuelas y boleadoras”. Sin entrar a considerar si Rosas, octogenario
–pese a su reconocido vigor físico- podría o no saltar sin estribar un caballo
ensillado, resulta notorio que su vieja afición a la práctica ecuestre criolla
no declinó ni aún al término de su vida.
Martin
Miguel de Güemes
Martin era un joven de 20 años, tiempos tumultuosos,
corría 1806, los ingleses atacaban las tierras del Plata. Pedido expreso del
virrey Sobremonte, le solicita a Güemes, que llevara un mensaje secreto a
Liniers, el francés, estaba realizando un esfuerzo excepcional en la patriada
de la reconquista. El cadete que partió de la estancia La Candelaria a casi 800
kilómetros de Buenos Aires, realizó el trayecto en unos sorprendentes dos días.
Así el 12 de agosto, el muchacho moreno de ojos
de pólvora combatía contra los ingleses en la ribera del río al mando de una
partida de caballería.
Desde el río, el buque Justina azotaba con sus
cañones a las tropas criollas que querían acercarse al fuerte por la costa o
por las calles cercanas. El barco había peleado con fiereza con sus 26 cañones
y sus más de 100 tripulantes entre oficiales y marineros. Pero el río traidor
les jugó una mala pasada. Una bajante repentina hizo que la nave encallara a
pocos metros de la costa. Enterado de ésto, Liniers se dirigió a Güemes y le
ordenó que al frente de un escuadrón de Husares de Pueyrredon siguiera al barco
desde la costa. Pero Martín y sus gauchos se salían de la vaina por atacar a
los invasores. Contrariando la orden de sus superiores, miró a sus soldados y
las sonrisas de sus compañeros de guerra lo envalentonaron. En ese momento tomó
las riendas, taconeó a su caballo y enfiló hacia el río al grito de carga. Sus
soldados lo siguieron envueltos en un grito que dejó pasmados a los tripulantes
de la nave.
Los caballos enfrentaron al río color marrón
bufando y relinchando, mientras sus jinetes disparaban sus armas, tacuaras y
sables en mano, y desde La Justina devolvían el fuego.
Güemes y los suyos llegaron hasta el buque
atacándolo por todos los flancos y sucedió lo imposible: el capitán del barco
inglés levantó un trapo blanco en señal de rendición.
Martín ordenó el alto el fuego y abordó la nave
para hacerse cargo. Los ingleses, entonces, descubrieron que habían perdido la
batalla a manos de un jovencito alto, moreno de ojos profundos que hablaba con
un acento extraño.
Para esos jinetes que realizaron el bizarro
abordaje, el río color de león había sido el campo de batalla más movedizo que
habrían de conocer.
Facundo
Quiroga
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Facundo y su Moro |
El caballo moro de Facundo Quiroga llevó
"enancada" una curiosa leyenda. Al moro se le atribuía dotes de
"brujo", que, sumada a su velocidad y desempeño en la batalla, lo
convertía en un pingo codiciado. El famoso animal se presentó díscolo para
dejarse enfrenar el día en que el caudillo sufrió su derrota. No permitía que
lo cabalgase. Cuentan que el general tomó entonces otro caballo, desoyendo el
mensaje de su flete. Enarboló su lanza de ébano y cargó al frente de sus
hombres tigre con muy mal resultado. Volvió en busca de su moro para huir, pero
tampoco esta vez se dejó montar por su amo. El moro finalmente quedó en manos
del brigadier López y la posesión del caballo produjo un alejamiento entre
ambos caudillos. López no lo quiso devolver y Quiroga, como buen gaucho, no
quiso desprenderse de su amado animal. Solicitó su devolución a través de la
mediación de Tomás Manuel de Anchorena.
En una carta fechada en enero de 1832, Facundo Quiroga
le agradecía su intención para que el caballo volviese a su dueño. La detención
del caballo, según se creía, determinó la tragedia de Barranca Yaco. Una
descendiente de Marcelo Gamboa afirma que su antecesor fue "el
jurisconsulto que defendió a los hermanos Reynafé o Queenfe (sospechados de
haber asesinado al caudillo) y fue posteriormente obligado por Rozas a pasearse
en un burro celeste alrededor de la plaza principal", ah un detalle, saben
como se llamaba el moro?, Piojo, asi lo llamaba Facundo…
Caballos criollos
De
los caballos de la Patria (payada)
El
caballo que ha llegado
con
Don Pedro de Mendoza
sobre
ésta pampa grandiosa
luego
se ha multiplicado.
Traía
un zaino colorado
que
cuando desembarcó
junto
al Riachuelo montó,
y
pienso que fue el primero,
que
resollando el Pampero
estas
praderas cruzó
En
el suelo Paraguayo,
cuando
Artigas se moría
"traigan
mi moro!", decía
"quiero
morir de a caballo!".
Argentinos
y Uruguayos
ya
conocen el porqué
hay
que estribar con mas fé
cuando
ya el final se advierte
que
a un buen gaucho, ni la muerte
debe
encontrarlo de a pie!
A
caballo por Suipacha
con
los gauchos de Balcarce
que
amagando replegarse
volvieron
de punta y hacha.
Con
esos criollos sin tacha,
que
al alerta del clarín
desde
el lejano confín
en
un galope nos llegan,
va
el tostao de Santos Vega
y
el blanco de San Martín.
En
el galope o el tranco,
el
paseo o el sacrificio,
el
Palomo de Aparicio
tuvo
alas de poncho blanco,
y
en el centro y en el flanco
de
las pampas solariegas,
se
toparon en refriegas
para
el mal o para el bien,
el
oscuro de Pincén
con
los blancos de Villegas.
Un
moro de buena laya
montó
Guemes, y al comienzo,
un
bayito en San Lorenzo
cayó
bajo la metralla.
En
la guardia, el monte talla
un
colorao, sangre e' toro;
y
como diciendo: "atesoro
aquel
corvo soberano"
va
el rocillo de Belgrano
y
Martín Fierro en su moro.
Y
sin dejar nombre alguno,
porque
el paisano sencillo
lo
nombró por "el rocillo",
"el
gateao" o "el lobuno",
"el
pangaré" y "el cebruno",
los
ensilla la memoria
con
un apero de gloria
y
con las señas del pelo;
como
el gaucho de este suelo
fueron
sin nombre a la historia.
Fuente: