lunes, 30 de abril de 2018

Vagos y Malentretenidos.

 Siglo XIX, vago y malentrenido, era un término común para designar al gaucho, este hombre de tierra que cuando el gobernante lo necesito, lo uso, leyes se hicieron para obligarlo, y es asi, como es esta historia, en la cual hubo mucho sufrimiento, desarraigo y en un criollo…coraje, afrontar el destino designado por otros, luchas con ello y por ello, esta es la historia...


Vientos de independencia,, Luis de Oliden, gobernador de Buenos Aires, fue quien un 30 de agosto de 1815 decreto en un Bando:
“Artículo 1° Todo individuo de la campaña que no tenga propiedad legítima de qué subsistir, y que haga constar ante el juez territorial de su partido, será reputado de la clase de sirviente…
Artículo 2°  Todo sirviente de la clase que fuere, deberá tener una papeleta de su patrón, visado por el juez del partido, sin cuya precisa calidad será inválida.
Artículo 3° las papeletas de estos peones deben renovarse cada tres meses, teniendo cuidado los vecinos propietarios que sostienen esta clase de hombres de remitirlas hechas al juez del partido para que ponga su visto bueno.
Artículo 4° Todo individuo de la clase de peón que no conserve este documento será reputado por vago.
Artículo 5° Todo individuo, aunque tenga la papeleta, que transite la campaña sin licencia del juez territorial, o refrendada por él, siendo de otra parte, será reputado por vago.
Artículo 6° Los vagos serán remitidos a esta capital, y se destinarán al servicio de las armas por cinco años…”

Este era un sistema despótico donde se consiguió un ejército de fortineros, y mano de obra para las guerras, donde el desierto era extenso, y el gaucho su habitante, aun no existía el alambrado, ser libre, tener mi flete, cazar, alguna vez me contaron que muchos gauchos cuando agarraban una res en la campiña, le cortaban la cabeza y se cocinaba solo su interior, sesos, lengua y se comía a modo de olla.
En esos años el gaucho era libre, libre? Tenían que poseer la papeleta, esos eran documento que registraban que el poseedor estaba conchabado en dependencia en algún trabajo, de no poseerla, se lo consideraba vago y malentretenido, y asi pasaba a formar parte de nuestras filas militares, recibían paga? Vaya uno a saber, nos lo imaginamos, prestaban servicio y a veces quedaban enganchados más años que los acordados, y no era sencillo pensar que asaba con su familia su china y sus gurises, a la suerte de tatita diríamos, algunos se cambiaban de lado y se iban a los toldos de pampa, donde se podría decir que contaban con una libertad de que allí no llegaba la “justicia”, maloneaban junto a sus nuevos hermanos, esta historia les suena?, por qué José Hernández relato en su poema gauchesco, una realidad que llevaba décadas como sistema de leva.
Muchas cosas le fueron prohibidas, cuando se prohíbe el divertimento, que le queda al pobre gaucho???
En esta imagen de 1815 podemos ver los gauchos
 visteando, bebiendo, y jugando, actividades
 normales y "prohibidas", de Emeric Essex Vidal

En 1790 el juego del Pato, nuestro hoy deporte nacional, fue prohibido por el Virrrey Arredondo con seis meses de presidio mas la pena pecunaria.
En 1858 se prohíbe “las reuniones festivas, y bailes sin permiso, bautismos, fuegos artificiales, corridas de avestruces, el pato, bebidas alcoholicas, proferir palabras obscenas, juegos de cartas taba o bochas en las pulperías”, obviamente que con estas prohibiciones Urquiza engroso sus filas militares. Hasta existió una prohibición  que “los jóvenes jueguen a la bolita, a la cañita u otra ocupación perjudicial”
Y mitre en 1859, como ministro de guerra decreta “destinar al servicio de armas en un término de dos años y que no exceda los cuatro años, a quien en los días de trabajo se hallen en la pulpería o en casa de juego, a los que usen cuchillo o arma blanca dentro de los pueblos” ya Don Juan Manuel Rosas lo había recomendado en sus Instrucciones para el Mayordomo de Estancia, donde prohibía de portar cuchillo días domingos y festivos, esto debido a evitar las trifulcas y duelos de la peonada.
Creo que en el Martin Fierro claramente se lee:
Ӄl nada gana en la paz
 y es el primero en la guerra;
 no le perdonan si yerra
que no saben perdonar,
 porque el gaucho en esta tierra
solo sirve pa votar”
y con eso hasta el próximo Post!!!

Fuentes:
Facundo Gomez Romero, “Vagos, Desertores y Malentretenidos” Ed. Vergara, Buenos Aires, 2012.
Jose Hernandez, “El Gaucho Martin Fierro” ; “La Vuelta de Martin Fierro”, Ed.Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1994.




viernes, 6 de abril de 2018

La Madre de la Patria

María Remedios del Valle. “Una negra esclava que, con mucho coraje, fue a pelear a las órdenes de Belgrano. Sobrevivió y en 1827 fue nombrada como la Madre de la Patria. Pero en 1880 Argentina quiso tener una historia blanca y la borró”. a “madre de la patria” era una negra, una “parda” como se decía entonces de acuerdo con la clasificación de castas para diferenciar a los negros de los mulatos, que se designaban como “morenos”.



La república modelo de Sudamérica, que tenía el nombre de la rutilante plata de Potosí, el metal blanco, no podía tener una madre negra. Había que esconderla y la escondieron sin remordimientos filiales.



Remedios era una argentina de origen africano, descendiente de esclavizados. Fue auxiliar en las invasiones inglesas y acompañó después de la revolución de 1810 como auxiliar y combatiente al ejército del Norte en toda la guerra de Independencia. Se ganó a fuerza de coraje y arrojo en la batalla, y de entrañable cariño por los enfermos, heridos y mutilados en combate, el título de “capitana” y de “madre de la patria” como empezaron a llamarla los soldados caídos y luego repitieron los generales.




Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, auxilió al Tercio de Andaluces, cuerpo de milicianos que defendieron la ciudad.



El 6 de julio de 1810 Remedios se incorporó a la marcha de la sexta compañía de artillería volante del regimiento de artillería al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos, que murieron en la guerra.



Ella siguió sirviendo en el ejército como auxiliar durante el avance al Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.



El día anterior a la batalla de Tucumán se presentó ante Belgrano para pedirle le permitiera atender a los heridos en combate. Belgrano había superado su fama de señorito ganada con sus prendas escogidas adquiridas en Europa y su voz aflautada, gracias a su espíritu de sacrificio y su compenetración con las necesidades de la tropa. Tenía fama de severo y no admitía por disciplina mujeres que siguieran al ejército. No le dio permiso a Remedios pero lo mismo ella apareció en la retaguardia para asistir a los soldados que desde entonces comenzaron a llamarla “Madre de la Patria”. Finalmente, a pesar de sus prevenciones disciplinarias y religiosas, Belgrano la admitió y la nombró capitana del Ejército del Norte.



Vinieron luego las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde Remedios, una de las “niñas de Ayohuma”, combatió con las armas en la mano. Fue herida de bala y hecha prisionera por los españoles.




Fue sometida, como escarmiento, a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices para el resto de su vida. Escapó y se incorporó a las fuerzas de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, otra vez en la doble función de combatiente y enfermera.

Se borró entonces hasta ahora la memoria de María Remedios del Valle, nacida en Buenos Aires entre 1766 y 1767, capitana del ejército del Norte de Manuel Belgrano, participante de la resistencia en las invasiones inglesas, esposa de un muerto en guerra y madre un hijo propio y de otro adoptivo que sufrieron igual destino, al que ella misma escapó por casualidad.

Con cerca de 60 años, terminada la guerra, Remedios volvió a Buenos Aires solo para convertirse en una mendiga que trataba de sobrevivir vendiendo pasteles y recogiendo la sobra de la comida de los conventos.



Según Carlos Ibarguren vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de Buenos Aires, desde donde cada día caminaba encorvada hasta los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio y la plaza de la Victoria para ofrecer pasteles y tortas fritas y también mendigar para sobrevivir.



Su historia personal era increíble para los que se acercaban a ella para ponerle una moneda en la mano o comprarle tortas fritas. Aquella “capitana”, como se llamaba a sí misma, que mostraba cicatrices de latigazos y seis balazos en el cuerpo era para ellos sin duda una loca, y así la trataban. Pero ella decía que eran recuerdos de las épocas en que “en verdad se peleaba por la patria”.



Se rebeló contra lo que parecía un destino cantado y en 1826 inició una gestión solicitando una pensión en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos.



El expediente dirigido a las autoridades, escrito por un letrado, dice: “Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone: Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos. Sí Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad”.





Pero el ministro de Guerra, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba «en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al erario.



En agosto de 1827, mientras Remedios mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte la vio y tuvo una sospecha: le preguntó el nombre y exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!».



Viamonte, que era entonces diputado, presentó un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. Comenzó un largo expedienteo que puso en claro aquello de que “son campanas de palo las razones de los pobres” y entonces como ahora se gasta todo en nada que importe y nada en todo lo que importa.



La petición fue rechazada, pero cuando en junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la legislatura decidió insistir. Le reclamaron documentos que avalaran el pedido, y contestó: “Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna. Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos”. “Yo conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”.



Tampoco entonces Viamonte tuvo suerte, y menos Remedios. Antes de tocar un centavo de los fondos públicos (para este fin, se entiende) los diputados sabían trabar burocráticamente todas las posibilidades. Encontraron que aunque fueran ciertos los méritos de Remedios, “la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado”



Hubo otros diputados que defendieron la causa de Remedios, como Tomás de Anchorena: “Esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer.




Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.”



Finalmente le acordaron una pensión de 30 pesos por mes, más o menos lo que ganaba una costurera, mientras el sueldo del gobernador era de 660 pesos. Pero hay versiones que ponen en duda de que la haya cobrado alguna vez y por eso debió seguir mendigando.



Remedios terminó su vida con el apellido Rosas, en agradecimiento a Don Juan Manuel, que años después le fijó la pensión en 216 pesos.



Una noticia del 8 de noviembre de 1847, indicaba que “el mayor de caballería Doña Remedios Rosas falleció”. Le reconocían en cargo de Sargento Mayor que le acordó Rosas, tras el de “capitana” que se ganó en el campo de batalla.



Por aquellos tiempos era insólito que las mujeres pelearan en la guerra. Apenas si las pudientes donaban armas para el ejército. La Gazeta de Buenos Aires consigna algunas donaciones, como las de las “nobles y bellas” María Petrona Sánchez de Thompson (Mariquita Sánchez) o Carmen Quintanilla de Alvear, que pedían que sus nombres aparecieran grabados en los fusiles.

 
María Remedios del Valle
Medalla Conmemorativa
Diámetro: 30mm
Metal: Cuproniquel
Anverso: María Remedios del Valle, Madre de la Patria, peleo en el norte argentinos junto a Belgrano en 1810
Reverso: logo de la Casa de la Moneda
Año: 2013

De pelear, nada. La misma Gazeta explica a sus lectores que ellas “no pueden desempeñar las funciones duras y ásperas de la guerra. No pueden desplegar su patriotismo con el esplendor que los héroes en el campo de batalla”.

Me gustaría agregar que hay que recordarla como guerrera y no como termino, la esencia es la misma, peleo hasta el último día, una gloria que lo haya hecho por mi patria!!!


Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13128