Pero lo
cierto es que existió! Eduardo Gutiérrez lo visito en la penitenciaria, donde
escribió su historia, también lo demuestran los expendientes judiciales
consultados de los partidos bonaerenses donde sus fechorías se hicieron patentes
y, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata, y como si fuera poco, con
un arduo trabajo de investigación conseguí esta imagen que muestra a Felipe
Pacheco, El Tigre de Quequén, junto a sus hijo poco tiempo antes de fallecer.
El comienzo
de la vida de matrero de Felipe Pascual Pacheco, alias "el Tigre del
Quequén", tiene mucho en común a la de tantos gauchos de la época: una
“injusticia” lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el
comienzo de una serie de desencuentros con la justicia las partidas, y así
comenzó su leyenda.
Felipe
Pacheco había nacido en 1828 en el barrio porteño de Palermo, pero cuando
todavía era un niño fue abandonado por sus padres y es criado por una mujer
llamada Gregoria Rosa.
Hacia 1860
Pacheco llegó a la Lobería Grande y contrajo matrimonio con Juana Moreno, madre
de seis de sus hijos. Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos hasta 1866,
cuando comenzaron las desdichas, ya que en duelo hiere de gravedad a un matrero
muy mentado, por lo cual, tuvo que adentrarse campo adentro. Así es como
comienza y Felipe Pacheco cimenta su fama a punta de cuchillo y, según relatan
crónicas de la época, "era temido por los gauchos e imbatible con el facón
y el rebenque".y gana el mote de "el Tigre del Quequén", por su
astucia, fiereza y sorprendente habilidad para evadir a la partida.
Fue así que
en el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha
en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha
desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos).
Pacheco se
reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte
hacendado, Don Angel Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea), Don
Zubiarre era uno de los primeros pobladores de Necochea, y bajo su ala de
protección estuvo El Tigre. Con el tiempo se hace de una tropilla, también es
conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur
de la provincia de Buenos Aires, para El Tigre son tiempos de paz… pero a
menudo en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a rebencazos,
como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples
pleiteros en busca de gloria, ganarse la fama de ser el matador del Tigre de
Quequén, es así que cada duelo o "hazaña” de acrecentaba su fama de
matrero. Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido
durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en
una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para
salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén".
En la zona
de Tres Arroyos, donde luego se desempeña como asistente de los jueces de Paz,
Antonio Arancibia y Bernardo Arriaga, quien finalmente le advierte que desde el
juzgado de Dolores solicitan su captura, tarea para la cual es encomendado el
famoso policía "gorra colorada", que lo termina atrapando cuando
"el Tigre" salía de su cueva.
La cosa fue
asi, la leyenda del Tigre, el gaucho bravo y pendenciero, comenzaba a forjarse.
Durante una década supo burlar con fiereza y habilidad los intentos de
sucesivos sargentos para enviarlo tras las rejas. Los vecinos del Quequén
Salado, atemorizados por su fama, lo denunciaron en 1875, y el comisario Luis
Aldaz, más conocido como
“El Gorra Colorada” otro rudo personaje de la campaña y diez soldados fueron
enviados tras sus huellas.
Cerca del
Paso del Médano -por Copetonas- vieron un perro solitario que mansamente los
llevó a la guarida de su amo. Despojado del facón y del trabuco que tenía entre
sus ropas y sin oponer resistencia, Pacheco fue arrestado y marchó preso atado
sobre su propio caballo.
En palabras
del propio Aldaz…"uno de esos
criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos
alevosos y de tener familia con sus propias hijas", pero si bien se le
asignaban 14 muertes, cuando el juez de Dolores le pide a su par de Tres
Arroyos que informe si "el Tigre" tenía causas o sumarios abiertos, le
aclara que es totalmente inocente, incluso, hasta del homicidio de un vasco de
la zona del que estaba acusado". En realidad, sólo se le pudo imputar un
asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de
plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes
atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos".
Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de
Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre
de 1876.
Ilustracion correspondiente a la primera edicion (1880) |
Al parecer recuperó
su libertad el año 1880, en premio a su buena conducta y en atención a un
problema de salud. Lo cierto es que, tiempo más tarde y escapándole a su fama
de "hombre malo", el "Tigre" llegó a La Pampa. Se establece
en los campos de Quehué en 1887. Allí peonaba en distintos puestos, cuidando su
pequeño capital en haciendas y caballos. Era muy requerido para amansar
caballos, oficio que entre otras cosas, le había dado renombre en los pagos
bonaerenses de sus años mozos.
Luego tomó
una plaza como postillón en la mensajería de Valleé, que por aquellos años
hacía su servicio entre Trenque Lauquen y General Acha. Posteriormente,
abandona esta ocupación y levanta su rancho en un abra del monte circundante al
paraje Toay. Allí existía un boliche llamado "el fortín Llorens",
ubicado a pocos metros de la famosa fuente que diera nombre desde muy antiguo a
toda la zona y, posteriormente al pueblo.
Aunque entre
los moradores del punto era conocido como Pacheco "el malo", se le
había dado este título más como respetuoso reconocimiento a sus pasadas
andanzas que por pendencias en el lugar. Los testimonios son coincidentes en
que nunca, desde que vivió en Toay, tuvo un altercado con nadie. Siempre se
reveló como un hombre trabajador, pacífico y de hábitos familiares. Pues una
joven mujer que lo acompañaba como esposa, Anacleta Viera, le había dado 6
hijos pampeanos, poderosas razones para no replicar violentamente a indirectas
intencionadas que algunas veces le dirigían imprudentes o camorreros.
La especialidad de Felipe Pacheco eran los trenzados de sogas, riendas; lazos; bozales, muy condicionados entre el criollaje, en quienes hallaba pronta clientela. Si bien vivía humildemente, como buen gaucho presumido gustaba mostrar sus lujos. Era común que cayera a cuanta reunión campera hubiera, montando su "crédito", un soberbio zaino rabicano emprendando ricamente en plata, causando la admiración y codicia de todos. En tales ocasiones era, invariablemente, centro de la reunión. En fluida charla, gustaba relatar sus pasadas andanzas. Adoptando su más estudiada pose de compadre neto afirmaba no haber sido asesino, y al rosario interminable de muertes que se le imputaban lo reducía a unas pocas, y a éstas haberlas hecho en "güena lay".
Felipe Pacheco en Toay junto a sus Hijos |
Cuando Juan
Brown funda el pueblo, observando su comportamiento ejemplar y el predicamento
adquirido entre el gauchaje de los puestos circundantes, lo hace su hombre de
confianza y habitualmente lo ocupaba en diversas tareas camperas. Lo protegió
durante años y le permitió vivir en su campo. Su aún fuerte contextura física,
pese a ser un hombre de 77 años, se vio atacada por un incurable mal. Felipe
Pascual Pacheco, muere el 30 de noviembre de 1898 en su rancho de Toay. Consta
en el acto del libro de defunciones que el deceso se produce a causa de
"reblandecimiento cerebral”, según el certificado médico del Dr. José
Oliver. Horas más tarde de ese mismo día, y también según el archivo del
Registro Civil, nacía Agustina, la séptima hija de aquel hombre de 77 años.
La “Cueva del Tigre”
Es una
caverna a orillas del río Quequén Salado, donde supo refugiarse Felipe Pascual
Pacheco, nuestro legendario gaucho matrero, de vida errante y facón a la
cintura. Hoy es una atracción turística conocida, el sitio está ubicado a unos
15 kilómetros de Copetonas. Tomando la ruta hacia Brío. Reta a la altura del
cementerio de Copetonas sale un camino entoscado que desemboca en ese sitio
donde la naturaleza fue pródiga, bañada por las aguas del río Quequén Salado
--límite natural entre los partidos de Tres Arroyos y Coronel Dorrego-- rodeada
de altos barrancos, con una impactante cascada (llamada "salto del
tigre"), se refugiaba el temible Pacheco, que para algunos historiadores
era un bandido rural, y para otros una especie de "Robín Hood"
pampeano.
Quien era Luis Aldaz, el cazador del
Tigre.
Luis Aldaz
nace en Pamplona, Navarra en 1943, era hijo de Martín Aldaz y de Graciosa
Arbizú, ambos de nobles familias españolas. Llegó a Buenos Aires en 1871, bajo
la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. Le tocó vivir en una Argentina en
pleno proceso de reorganización nacional y modernización, y al mismo tiempo
bajo los últimos atisbos del caudillismo tan arraigado en el interior del país.
Ingresó como soldado voluntario del Batallón Guardia Provincial, bajo las
órdenes del comandante José Ignacio Garmendia. Combatió contra las fuerzas del
caudillo entrerriano López Jordán, ascendiendo hasta teniente primero en 1878.
Fue oficial de la policía rural de la provincia de Buenos Aires desde 1879.
Apoyó la política centralista y porteña de Carlos Tejedor en la revolución de
ese año, participando en los combates de los Corrales y Puente Alsina contra
Bartolomé Mitre, en 1880. Tras la federalización de Buenos Aires, pasó a la
policía de provincia como oficial de frontera.
Llegó a
prestar servicios y ser nombrado comisario en Guaminí (provincia de Buenos
Aires) entre 1906 y 1917. Ese mismo año fue nombrado inspector general y tres
años más tarde se le designó alcalde del departamento de policía de la ciudad
de La Plata (capital de la provincia de Buenos Aires).
Durante
treinta y cinco años prestó servicios contra el gauchaje alzado, persiguiendo
matreros, criminales y ladrones de ganado. Había recibido varias cicatrices de
lanzazos, cuchilladas y balazos al someter a temidos delincuentes, como el
célebre Felipe Pacheco, alias El Tigre de Quequén. Se le conocía con el apodo
de Gorra colorada por el quepis rojo que llevaba. Era de complexión robusta,
alto y fornido, con una increíble fuerza física y un riguroso sentido de la
justicia.
Ilustracion orrespondiente a la primera edicion (1880) |
Dejando de
existir en La Plata, un 12 de septiembre de 1920.
Y una última historia que se supo de
el
En sus
últimos años de vida, viejo y en paz, hallándose en unas carreras en el Camino
de la Arena, un mocetón le cruzó las espaldas con su rebenque y él, haciendo
ademán de atropellarlo, se contuvo y exclamó;
— Guacho,
canalla!... Hubieras estao veinte años en una cárcel y veríamos si
rebenqueabas; a un hombre!
…el Tigre ya
estaba cansado.
Fuente:
Caras y
Caretas, 7 de enero de 1899, n°14
Diario
"La Arena" - suplemento centenario de Toay- Autor Walter Cazenave - 9
de julio – 1994
V. Osvaldo
Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, t. IV, Buenos Aires, Elche,
1975, pág. 81.
Eduardo
Gutierrez, El Tigre de Quequén,
http://www.lagazeta.com.ar